De fotos, de objetos, de estrofas y estribillos de canciones.
Con los restos de lo que quedó, incluso las heridas sirven.
No es necesario un certificado de profesionalidad, no figura en la vida laboral ni distingue autónomos ni contratados por cuenta ajena.
Puede servir lo tangible y lo inmaterial, hacerlo público o dejarlo dentro, en el fondo del pozo. Puede adoptar la forma más inverosímil, desde el círculo rosado que tatúa el sol en un balcón con la piel de una maceta al tacto de un abrigo. Puede hacerse a las 4 y 10, a la salida del colegio ,a la hora de estar solo aún acompañado y puede hacernos abrir los ojos al insomnio para fabricarlo.
Por las calles los veis con sus factorías ambulantes yendo al trabajo, apresurándose a alimentar burócratas, a adoptar roles infames y sublimes en un mismo día o a buscar un parapeto en una biblioteca.
Es gratis, es necesario y común a la consciencia.
No hay una edad concreta para comenzar a construirlas más se hace imprescindible cierto bagaje.
Fabricantes de despedidas contra viento y marea, haciendo acopio de materiales para construir un adiós que no se dijo.
Recolectan donde pueden, donde les deja el quehacer cotidiano. Cuando no pueden autoabastecerse importan adioses de otras personas, cercanas, que una tarde o una noche les regalaron su método para suplir esa carencia.
Si en alguna ocasión observáis que vuestro interlocutor os ve pero intuís que no os mira ,si en alguna ocasión alguien tuerce el gesto o se le amarga el trago, muy probablemente esté inmerso en la compleja labora de la construcción de despedidas, seguro estará hablando con quien no le responde o mirando a quien no le ve.
Miguel Hernández no llegó a tiempo, como tantos de nosotros:
Un manotazo duro, un golpe helado,
un hachazo invisible y homicida,
un empujón brutal te ha derribado.
No hay extensión más grande que mi herida,
lloro mi desventura y sus conjuntos
y siento más tu muerte que mi vida.
Ando sobre rastrojos de difuntos,
y sin calor de nadie y sin consuelo
voy de mi corazón a mis asuntos.
