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Punto final al 26J

El sistema actual por el que los ciudadanos españoles que residen en el extranjero pueden participar en las elecciones no facilita que una parte considerable del censo, cercano al 10%, pueda votar como sí hacen quienes tienen a mano sus colegios electorales. Eso hace que el voto emigrante se haya convertido en una mera anécdota en cada proceso electoral, restando valor a ciudadanos que, viviendo en otros países, muestran más interés en lo que pasa en el suyo que quienes habitan en él y no acuden a sus colegios a votar Las elecciones generales no terminaron el pasado domingo con el recuento de los votos. Después de que los ciudadanos acudieran a sus respectivos colegios electorales y las urnas hablaran, ayer se llevó a cabo una segunda y necesaria parte, el recuento de los votos de nuestros paisanos que viven lejos de nuestras fronteras y que pese a estar a kilómetros de aquí y viven en otro país, también se interesan por lo que ocurre en el suyo. Hasta tal punto, que se muestran dispuestos a completar el siempre farragoso procedimiento del voto emigrante, que es, si cabe, mucho más complejo que el voto por correo en España. Esa dificultad para que los emigrantes puedan tomar parte en las elecciones de su país de origen ha dado lugar siempre a numerosas críticas, y muchas voces han atribuido a ese factor la escasísima participación que se da tradicionalmente en el Censo de Españoles Residentes Ausentes (CERA). De los cerca de 4.500 melillenses que están en él y tenían derecho a votar el 26J, poco más de 150 solicitaron ejercerlo y finalmente, 110 lo hicieron. Son muy pocos, al igual que ha ocurrido en otros lugares de España, porque es una tónica general en el país. Eso, que se repite elección tras elección, tiene que dar lugar a un necesario cambio de sistema, como muchos han venido solicitando en los últimos años. Es importante que se tenga en cuenta, puesto que el sistema actual no facilita que una parte considerable del censo, cercano al 10%, pueda votar como sí hacen quienes tienen a mano sus colegios electorales. Eso hace que el voto emigrante se haya convertido en una mera anécdota en cada proceso electoral, restando valor a ciudadanos que, viviendo en otros países, muestran más interés en lo que pasa en el suyo que quienes habitan en él y no acuden a sus colegios electorales, que son millones a juzgar por el elevado nivel de abstención.
Mientras se produce o no ese cambio, la realidad es que la Junta Electoral de Zona puso ayer el punto final a las elecciones generales del 26 de junio tras contabilizar el voto de los melillenses que viven en el extranjero y dar el visto bueno al escrutinio definitivo de esta cita electoral. Ahora ya sólo queda proclamar a los parlamentarios electos por Melilla como tales, entregándoles el acta que les conducirá a las Cortes Generales, lo que ocurrirá a partir del día 4.
Pero lo más seguro es que este punto final sólo sea real en el aspecto oficial, esto es, en cuanto a los números y el escrutinio. A buen seguro que la resaca electoral continuará unos días más en el entorno de los partidos, ya sea para reflexionar sobre lo que han dicho los ciudadanos a través de sus votos, o como una excusa más para seguir tirándose los trastos a la cabeza, animando el debate político.
Esta última posibilidad es ciertamente innecesaria e inútil, pero la primera, la de la reflexión, debe ser obligatoria tras todo proceso electoral para las formaciones políticas concurrentes. Sobre todo para los que han salido claramente derrotados, que son todos menos el PP, el único que ha mejorado sus resultados respecto al 20D. El resto de partidos han bajado en comparación con lo que consiguieron hace escasos 6 meses, y eso les debe llevar a esa necesaria reflexión para hacer autocrítica y ayudar a que España pueda salir de la situación de bloqueo que vive desde finales del año pasado.

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