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El Rincón de Aranda

A vueltas con los símbolos franquistas

melillahoy.cibeles.net fotos 1627 Juan Aranda web

En este periódico de 2 de julio, pude leer lo que la Consejera de Cultura dice de los símbolos franquistas. Sobre el mal llamado «Héroes de España», que todos conocemos como «El León de la Avenida», que»… va a ser objeto de una remodelación completa y está a falta de un proyecto de la Consejería de Fomento…». Pues muy bien, señora Consejera, la felicito, y nosotros que lo veamos. En cuanto a la estatua de Franco a la entrada en el Puerto como Comandante de La Legión, dice que «…Se llevó a cabo a través de una suscripción popular en época postfranquista, toda vez que no exalta la guerra civil, ni la represión de la dictadura …». Eso, la verdad es que ya no está tan bien, señora Fadela. Y le digo que no está tan bien, porque nadie puede pensar que esa estatua no exalta la guerra civil. Porque aunque la mona se vista de seda, el dictador está de Comandante con sus prismáticos de campaña en el pecho, y tocado con su gorro pescador, y que mucha gente pueda pensar que fue el primero en desembarcar en Melilla para defenderla del rebelde Abdelkrím, sabe que las hemerotecas, fieles notarios de nuestra historia, nos dicen todo lo contrario, o sea, que no fue así; pero si una mentira es repetida cientos de veces y nadie se molesta en leer esas hemerotecas, la mayoría creerá que fue una verdad. Por la sencilla razón de que él no llegó el primero con La Legión, sino que fue el Bon. nº 71 del Rgto. de La Corona con base en Almería, y los tabores de Regulares de Ceuta. Y si me apura un poquito sabrá que no fue el único comandante en desembarcar; ya que podríamos enumerar a todos los jefes y oficiales, participantes en aquélla guerra, y en fila, pudiera asemejarse a los guerreros de terracota, chinos.
No sé si sabrá que hace muchos años en Melilla, como en la Península existía, y aún existe, la costumbre de transportar una pequeña caja alargada verticalmente, con dos puertecitas y arriba un agarradero, con una figura religiosa, de un santo o una virgen, en su interior. Y en su base, que servía de peana, tenían su hucha, en la que la familia que la recibía solía introducir algunas monedas; aunque pocas en aquéllos años de vino y rosas tan patrióticos. Yo recuerdo que en mi casa, una de esas hornacinas portátiles, solía estar una semana encima del trinchero, haciendo juego, junto a la radio Philco tipo Capilla, de mi abuelo; de la que jamás se pudo coger (sintonizar) Radio Pirenaica. Las figuras que a mi madre le agradaba tener a la vista en mi casa, eran una copia del Cristo de Limpia, de la que se veneraba en San Agustín, en el Real, y la del Padre Damián, el fraile de los leprosos de la Isla de Molokay.
Dicho esto, y si me lo permiten, con todos los respetos, yo aconsejaría, que las personas que depositaron su óbolo en la suscripción para la construcción de esa estatua, que la tuvieran en su poder durante un tiempo fijado. Pero como se entiende que el transporte encarecería la labor, y su volumen ocuparía un gran espacio, bien pudiera colocarse en algún patio, en el salón del hogar de turno, o en una terraza. Así los familiares, amigos y vecinos, visitantes de esos hogares, podrían apreciar el alto grado de amor y devoción, que esa familia le guarda al que nos tuvo cuarenta años acojonados en España, a toque de clarín.
Otra cosa que también pueden hacer es fundirla, y reproducir estatuas pequeñitas, para que cada cual la lleve como le venga en gana, igual que esas hornacinas portátiles a que me refiero. Yo pienso que con los devotos franquistas que hay en Melilla, esas alcancías se llenarían en dos o tres visitas de peregrinación.
Y cambiando de tema, señora Fadela: de la calle Napoleón, ¿no me dice nada?. Si cree que mi comportamiento, en esta sempiterna petición para que retire ese nombre del callejero, es como la de una vulgar mosca cojonera, o mangangá, le pido humildemente perdón; pero como somos buena gente, le pido que averigüe quién fue el lumbreras que dió la orden de colocar ese nombre en la Falda de Camellos, como el de Espalda al Viento, y otras tantas, con nombres absurdos, que se pueden leer en muchas esquinas de Melilla.

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Juan J. Aranda

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