La formación profesional, vocacional o técnica, por su parte, sigue sometida a altibajos, generalmente marginada socialmente aunque ensalzada como motor del progreso económico. La interdisciplinariedad, su reconocimiento pleno como parte integral del sistema educativo y la interdisciplinariedad cultural, científica y tecnológica siguen pendientes en la mayoría de los casos. Demasiado a menudo se ve como una "fábrica de mano de obra" más o menos especializada. Tampoco termina de implantarse una cooperación activa con el mundo empresarial.
La formación profesional debería llegar a ser una parte de toda formación superior para los ciudadanos del siglo XXI. Sin embargo, los programas de formación profesional con mejor acogida e impacto siguen siendo los de actualización y promoción en servicio, frecuentemente financiados por los propios empleadores.
Por lo tanto, la Educación vive en el pasado porque el presente en el que se desenvuelve es ya profundamente diferente de la realidad en respuesta a la cual ha sido concebida.
En fin: Se ha dicho con razón que las reformas educativas deben de ir más allá de una buena planificación y de la obtención de los recursos financieros necesarios y que las políticas de reforma deben tener por objetivo la excelencia en materia educativa. Esta noble aspiración es objetivo que se ha expresado, de una u otra manera, a lo largo de décadas, incluso en los años 50 cuando la prioridad política, económica, social e incluso cultural era lograr, sobre todo, una extensión cuantitativa de las oportunidades de incorporación a los centros educativos del sistema educativo, preferentemente en la Educación primaria así como en la alfabetización de base. Concretamente, las recomendaciones en favor de la calidad de la Educación solían poner, con razón, particular énfasis en la formación y en el perfeccionamiento del profesorado con el fin de mejorar la eficacia y el rendimiento del sistema educativo en sus respectivos niveles y modalidades.
Sin embargo, la inquietud respecto de la calidad, y posteriormente respecto de la excelencia de la Educación, ha crecido a medida que se ha extendido la demanda y el acceso a los centros educativos, al dejar de ser un privilegio y pasar a ser un derecho el acceso a la Educación en todos los niveles, al tiempo que se veían mermados los recursos financieros disponibles. Así surge, entre otras razones que luego fueron tomando mayor protagonismo, el afán de redefinir los objetivos de la Educación, de capacitar lo más adecuadamente posible al profesorado y de establecer normas y criterios para evaluar los logros obtenidos y el alcance de los servicios prestados. En años recientes, la razón principal del renovado e intenso debate sobre la calidad, la excelencia, y últimamente también sobre la calidad total, proviene del desempleo y del paro, coyuntural y estructural, que están afectando progresivamente a todas las sociedades del mundo y, en particular, a las más industrializadas La creación de puestos de trabajo raramente coinciden ya con el número de los puestos suprimidos y las calificaciones de los parados no suelen corresponder a las expectativas de los empleadores. De este modo la Educación reglada ha ido perdiendo buena parte de su credibilidad y por ello tiene puestas todas sus esperanzas en la radical mejora de su calidad.
En todo caso, la calidad y la excelencia educativas no se pueden medir como un valor absoluto ya que se refieren al producto educativo como poseedor de un carácter multidimensional, el cual no se determina exclusivamente por los resultados académicos de una actividad de aprendizaje.
La calidad se logra mediante el desarrollo intelectual y la equidad, mientras que la excelencia requiere mayor énfasis en el proceso de enseñanza-aprendizaje, así como la participación activa del alumno en este proceso.
