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El espacio de Aranda

Cartas desde La Purísima LXIV

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Un buen amigo me dijo hace tiempo, que el amor por la memoria de nuestros Héroes, para muchos españoles, es como pedernal indestructible. Yo pienso, y pienso muy bien, que sus recuerdos, aparentemente tan frágiles, por los años transcurridos, siguen vivos en nuestros corazones, y también reflejados en muchos rótulos de las calles de nuestra ciudad. La "Carta" de hoy la escribe un Soldado de Infantería, y dice así:
"Queridos melillenses: me llamo Ángel Goyenechea Sánchez, y soy Soldado del Bon. Cazadores de Madrid nº 2. Tengo 24 años y nací en Calzada de Calatrava, en la provincia de Ciudad Real. El 27.07.1909, los moros me mataron en el Barranco del Lobo, y desde entonces estoy enterrado en el Osario del Panteón de Margallo. A mi lado se encuentra Hipólito Menéndez Tuñón, un asturiano de Gijón. Este compañero era Tambor de la Banda del Rgto. Infantería Cuenca nº 27. Me dice que, a las cinco de la mañana del día 17 de diciembre, murió de una congestión cerebral, en el Hospital Militar; pero algunos compañeros, que lo vieron caer malherido en aquéllos peñascos, creen que fue debido a una herida abierta en la cabeza. A veces, se acerca a nosotros Felipe Toledano Rodríguez, del Bon. de Chiclana nº 17; nacido en La Pueblanueva, provincia de Toledo; también enterrado en el mismo Panteón. Felipe dice que fue mayordomo en una casa señorial, donde vivía con su joven esposa, y su hijo recién nacido. A él lo mataron en el Zoco de Beni Bu Ifrur, el 30.12.1909. La verdad es que es muy lamentable cada vez que nos habla de su hijo, que tras su muerte tenía apenas dos años. Dice que a éste le concedieron una pensión anual de 182,50 ptas. desde el día siguiente a su fallecimiento; pero como lo ascendieron a Cabo ese mismo día, acto seguido al crío, se le aumentó la pensión hasta 273,75 ptas. al año. El niño se llamaba Policarpo, y quien cobraba la pensión era su esposa, Andrea. Nosotros le decimos que dadas las extremas circunstancias de todas nuestras muertes, su esposa e hijo pudieron ir tirando, hasta la mayoría de edad de éste. Sabemos de muchos otros compañeros que cayeron en esos barrancos, las pensiones que les quedaron a sus padres, algunas madres, y padres eran viudos, el único ingreso que había en ese hogar era el de su hijo, que al dar su vida por la Patria, quedaron con la pena de su trágica muerte, y con una exigua pensión, que solo le alcanzaba para mal-comer. Siento que debamos dejarles, no sin antes enviarles un fuerte abrazo de todos los que estamos enterrados en este Camposanto, y con el ruego de que cada vez que visiten a sus deudos, háganlo también a nuestros panteones; se lo agradeceremos eternamente. Un abrazo".

La pena, queridos lectores, es algo que nos llora por dentro, con un hilo de llanto que corre y se interna en uno de los escondrijos del alma. Eso es lo que muchos sentimos por nuestros Héroes. A veces cuando escuchas alguna obra musical, un trozo te llama la atención, como una sorpresa; es como cuando, de noche, distraídamente estás mirando al cielo, y de pronto corre una estrella fugaz. Eso fue lo que sentí al leer las encendidas, y elogiosas, despedidas de varios colaboradores que le hacían al General D. César Muro, por su ascenso a Teniente General, con destino a las Islas Canarias. Como bien saben ustedes este señor, en los tres años que estuvo como Comandante General en nuestra Ciudad, creo que dejó el listón muy alto; y como creo que suele leer este, mi humilde epistolario tan "sui géneris" sobre nuestros Héroes, salido de lo más profundo de mi corazón; desde estas líneas, mi General, le deseé lo mejor en su nuevo puesto.

Para terminar, no crean que se me ha olvidado la recomendación que suelo hacerles a las autoridades competentes, que la Purísima sea denominado: "Cementerio Nacional de Héroes de España".

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