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La vida itinerante de los feriantes: la cara menos visible de las atracciones

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Hay quien dice que nació para llevar la vida de feriante. Hay quien cuenta que terminó en este mundo por amor. Otros admiten que lo hacen por necesidad: “Hace falta trabajar”. La feria está llena de historias que se esconden detrás de las atracciones y de sus puestos itinerantes. No obstante, todas comparten el esfuerzo de viajar cada pocas semanas a una nueva ciudad para animar el ambiente con los carricoches y las banderolas. Aunque la alegría comienza por la tarde y se prolonga hasta la madrugada, la jornada laboral comienza mucho antes: cada mañana, muchos de estos feriantes se levantan para preparar sus carricoches antes de la llegada de los niños.

Aunque la diversión sea la cara más visible de la feria, también esconde detrás mucho esfuerzo y sacrificio. Esta semana ha sido el turno de Melilla, la pasada fue el de Málaga y la que viene será el de Huelva. Cada pocos días, los feriantes recogen sus pertenencias, sus puestos y atracciones y se marchan rumbo a una nueva ciudad. Así pasan buena parte del año, extrañando el calor de un hogar y acordándose de amigos y familiares para mandar algo de dinero a casa.
“Es algo durillo”, dice Mohamed. El joven de Huelva tiene 21 años y trabaja desde hace un año viajando de feria en feria. Por las mañanas se despierta para empezar a preparar su atracción. Limpia las casetas y la piscina de las barcas para que, por la tarde, los más pequeños puedan disfrutar de sus viajes. “Al ser una atracción de agua y los niños tan chicos hay que tener mucho cuidado”, expone. Según cuenta, sobre las dos de la madrugada suele cerrar el puesto e irse a dormir. Al día siguiente, vuelta a empezar. “Es lo que hay. Hace falta trabajar porque tengo un chiquillo. Tiene un año”, dice con una media sonrisa. “Habrá que hacer algo por él”, añade el joven.
Una década es el tiempo que lleva Ciurea Gheorghe viviendo como feriante, trabajando también en un puesto infantil. El hombre, de origen rumano, cambió radicalmente de profesión al llegar a España. “Algunas veces acabo harto de niños”, dice entre bromas, “pero yo estoy bien con esta vida”. Ciurea no sabía qué se iba a encontrar al dejar atrás su país, según relata, pero terminó encontrando una nueva forma de vida.
Como él, otros trabajadores destacan que están hechos para este mundo. Según apuntan, el montaje de las atracciones es uno de los procesos más pesados del empleo. Por lo demás, sobrellevan los gajes del oficio con más gloria que pena. Es el caso del sevillano Israel. Él comenzó a trabajar en ferias hace tres años, en uno de los carricoches más demandados por los peques: en el tren de la bruja. “Los niños son muy divertidos para trabajar. Se lo pasan bomba y la verdad es que te lo contagian”, sostiene.

“Esta vida no es nada fácil cuando tienes 63 años”

Cuando María se inició en este mundo tenía 18 años. Ahora tiene 63. Según cuenta, en su familia no había feriantes, pero sí en la de su marido. “Llevo viniendo a Melilla desde el año 1982”, recuerda. “Aquí la gente siempre ha sido muy amable. A mí ya me conocen como María ‘la murciana’ desde hace tiempo”, subraya la mujer. Ella y su marido se ganan la vida de feria en feria con un puesto en el que venden artículos varios. Antes de comenzar su jornada laboral, María se resguarda del sol estival bajo una sábana, a las puertas de su pequeña caravana, en la que apenas caben dos literas, un minifrigorífico, una mesita y un pequeño televisor. “Esto no es vida. Los mejores días de fiesta tienes que estar fuera de casa. También pasamos muchas calamidades: el frío, el calor, la lluvia… Esta vida no es nada fácil cuando tienes 63 años”, explica. Según expone, su calendario laboral se activa a partir de enero con la cabalgata de reyes. Luego, a los carnavales. Y, a partir de ahí, van sumando eventos hasta finales de octubre. Aunque le faltan dos años para jubilarse y descansar en su casa “del pueblo”, entre risas, María asegura que “en vez de dos años, me van a parecer dos siglos”.

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Irene Quirante

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