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“Vengo de una guerra y nada me ha dolido más que me quiten a mi bebé y a mi mujer”

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Dos familias llevan huyendo del horror de Siria desde el año 2013. Después de atravesar Egipto, Argelia y Marruecos, llegaron a Melilla hace algo menos de un mes. Han pasado cinco días desde que trasladaron a las madres por ser menores de edad y a sus bebés a la Gota de Leche, donde conviven en módulos separados, según cuentan. Los maridos ya se han realizado las pruebas de ADN para recuperar a los niños, aunque no pueden ni imaginar estar separados de ellos de veinte a treinta días, que es lo que tardan los resultados. La historia se repite. El dolor y la incertidumbre se esconden de nuevo tras las rejas del Centro de Estancia Temporal de Inmigrantes de Melilla. También hay lágrimas derramándose en la Gota de Leche. Esta vez, ha tocado a dos familias sirias. Lo denunciaba hace unos días Prodein: tras una veintena de días residiendo en el CETI, dos madres menores y sus bebés han sido trasladados al centro asistencial.
Abdessamad y Samir afirman ser los padres y los maridos (a fin de preservar su identidad, utilizaremos nombres ficticios para referirnos a ellos). Lo dejaron todo para huir de la oscuridad más absoluta de Siria. Ahora, lamentan que se han quedado solos. Y, lo peor, es que no comprenden el porqué.
«Mi mujer tiene 17 años. Aquí no es mayor de edad pero en mi país es legal este tipo de matrimonios», explica Abdessamad buscando la comprensión en la persona que le escucha. Hoy se cumplen cinco días desde que se llevaron a su mujer y a la niña de uno. Toda una eternidad para él. «Yo me casé por amor», dice abatido, esperando a que este hecho consiga devolverle a su pareja muy pronto. Pero lo que más le desespera es no poder ver a la pequeña: «Vengo de una guerra y nada me ha dolido más que me quiten a mi hija y a mi mujer», sentencia. Los suegros de Abdessamad están residiendo en el CETI y ayer se practicaron la prueba de ADN para recuperar a la menor.
«Soy sirio. He dejado mi país con mi familia para sobrevivir», recuerda Samir. Su mujer tiene 16 años. En el caso de que las autoridades no den por válido los documentos que traen del país de origen en los que, según afirma, se acredita que son un matrimonio, la menor no podrá abandonar el centro asistencial hasta cumplir la mayoría de edad. Con evidente preocupación, Samir se pregunta qué va a ocurrir con ella. Y con el pequeño, que tiene un año y pocos meses. «Los necesito. Necesito tener en brazos a mi hijo», dice apesadumbrado. Entonces, extrae de su bolsillo un pasaporte. Lo abre y, emocionado, busca la foto del bebé.
Cuando se les explica que, de ser ellos los padres, los resultados de la prueba de ADN les devolverán a sus hijos en un plazo de entre veinte y treinta días, tal y como exponen desde la Consejería de Bienestar Social, apenas pueden soportarlo. «Es mucho tiempo», responden afligidos. «Respeto lo que dicen las leyes españolas, pero no entiendo qué está ocurriendo. Es mi mujer, es mi hijo. Estoy cuidando de ellos. No sé por qué se los han llevado», incide Abdessamad.

Cuatro horas al día
Aunque las mujeres y los niños fueron trasladados al mismo centro asistencial, residen en distintos módulos. Sólo pueden encontrarse con los bebés con los que un día llegaron a Melilla durante cuatro horas al día. Una situación que destroza a las madres y mantiene trastornados a los pequeños. «Lloran mucho, mucho. Es normal. Si nosotros no entendemos, tampoco los bebés», lamentan los padres.
Aunque tienen que dormir en la Gota de Leche, las madres salen del centro para compartir el dolor con sus maridos. Pasan el día despidiéndose, con el corazón partido. «Es difícil, porque nosotros sufrimos, ellas sufren, los niños sufren», razona Samir.
Ambas familias proceden de Idlib, una ciudad situada en el noroeste de Siria, casi a sesenta kilómetros de Alepo. Aunque afirman que no se conocieron hasta que se encontraron en Melilla, compartieron la misma ruta. Abandonaron el horror de Siria huyendo por Egipto, cruzaron a Argelia, continuaron su huida por Marruecos y, finalmente, llegaron a Melilla. España, la tierra de las esperanzas. Llevan escapando de la guerra desde el año 2013.

Aplicar el protocolo
El consejero de Bienestar Social, Daniel Ventura, ya comentó en declaraciones a este diario que, a pesar de lo dolorosa que pueda ser la situación, «no podemos tirar de corazoncito y correr el riesgo de entregar menores individuos que no sean los padres o el verdadero marido». Así, defendió que «tenemos que aplicar lo que dice la ley y el protocolo, no hay otra».

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Irene Quirante

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