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Melilla, un segundo exilio para las familias sirias

El padre y marido reside en el CETI desde hace seis días

Después de dos años escapando del horror, Mohamed ha sido separado de su mujer e hijo a su llegada a Melilla. El hombre, que era profesor de árabe en Alepo, emprendió su huida de Siria después de que el régimen de Bashar Al Assad le reclamara para que combatiera contra los rebeldes. “Tenía que elegir entre matar o que me mataran”, rememora. Tras pisar suelo europeo, lamenta que no le dejan ver al niño de un año y que ha sido apartado de su esposa por ser menor de edad. “No entienden que venimos de una guerra y solo queremos estar juntos, en familia y en paz”, manifiesta. La simple idea de convertirse en un asesino obligó a Mohamed (nombre ficticio) a escapar a toda prisa junto a su mujer de Siria. El Gobierno de Bashar Al Assad le reclamaba para combatir contra los rebeldes, pero Mohamed no quería manchar sus manos de sangre. De la noche a la mañana, pasó de ser profesor de árabe en Alepo a verse forzado a participar en una guerra de la que únicamente deseaba su fin.
«Tenía que elegir entre matar o que me mataran», resume. Aterrorizado, decidió que ni una cosa ni la otra y emprendió su huida hacia Turquía. Desde entonces, se ha convertido en un insurgente más a los ojos del régimen sirio.
Mohamed y su mujer llegaron a Melilla hace seis días, después de una fuga que ha durado algo más de dos años. Han atravesado hasta cuatro países hasta conseguir pisar suelo europeo, pasando por Turquía, Libia, Argelia y Marruecos. Estando en Libia dieron a luz a su hijo de un año, según cuenta.
El refugiado relata que las autoridades marroquíes no le permitían cruzar la frontera de Beni Enzar con el menor, aunque no llega a comprender el porqué. «Me decían que no podía, simplemente», sostiene. Por este motivo, unos días antes de acceder a la ciudad junto a su esposa recurrieron a una mujer que, según asegura, se apiadó de ellos y se ofreció a traer al pequeño a Melilla.

Separado de su mujer e hijo
Desde entonces, el menor del que Mohamed dice ser el padre se encuentra en la Gota de Leche. Allí también reside ahora su esposa, a la que le quedan tres meses para ser mayor de edad. Ambos fueron separados al llegar a la ciudad, según expone el refugiado que se aloja en el Centro de Estancia Temporal de Inmigrantes (CETI). Ahora tienen que demostrar que son los progenitores del menor y afrontar la espera por separado. Los resultados que pueden confirmar este parentesco a través de una prueba de ADN suelen tardar entre 20 y 30 días.
«Apenas me queda dinero. Todos los días me levanto y ando casi una hora hasta llegar a la Gota de Leche», dice Mohamed. Allí se reúne con su esposa e intenta que le dejen ver a su pequeño, pero la respuesta siempre es ‘no’. Su mujer, en cambio, sí puede estar con el menor durante cuatro horas al día.
Sin conseguir encontrarse con el niño, Mohamed regresa al CETI con la sensación de que vuelve a estar atrapado en una pesadilla. «Entiendo que hay leyes y las respeto, pero es muy duro y muy difícil. No entienden que venimos de una guerra y solo queremos estar juntos, en familia y en paz», manifiesta Mohamed.

Un drama compartido
No es el único padre sirio que se encuentra en esta situación. Abdelssamad y Samir (nombres ficticios) denunciaron a primeros de mes ante este diario que también habían sido separados de sus mujeres y sus pequeños a su llegada a Melilla. A día de hoy, siguen esperando los resultados de las pruebas de ADN para poder ver a sus hijos.
Desde la Consejería de Bienestar Social explicaron a MELILLA HOY que estas son medidas que se adoptan para garantizar «el bien superior de los menores». En el caso de que sean los progenitores, los hijos serán devueltos a los padres en cuanto los resultados confirmen la relación de parentesco.
Sin embargo, para las esposas no existen pruebas que confirmen la relación, por lo que no podrán abandonar el centro asistencial hasta cumplir la mayoría de edad.
El consejero Daniel Ventura ya comentó en declaraciones a este diario que, a pesar de lo dolorosa que pueda ser la situación, «no podemos tirar de corazoncito y correr el riesgo de entregar menores a individuos que no sean los padres o los verdaderos maridos». Así, defendió que «tenemos que aplicar lo que dice la ley y el protocolo, no hay otra».

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Irene Quirante

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