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Carta del editor

Desde Temple, en Filadelfia, la ciudad de los Derechos del hombre

¿Es, al menos en parte, trasladable algo de eso a Melilla y su entorno marroquí? No es fácil, pero no es imposible ir dando pasos en ese sentido. Ya digo, el 23 de enero se va a dar un paso que puede ser fundamental para el futuro de nuestra ciudad. Y debemos tener en cuenta que solo es imposible lo que no se intenta.

Decía Joseph Conrad – novelista polaco que está considerado como uno de los más grandes escritores británicos- en su famosa novela "El agente secreto" que un "un amplio porcentaje de reformadores revolucionarios comparten el defecto temperamental de la aversión a toda forma reconocida de trabajo", y añadía "la mayoría de los revolucionarios son enemigos de la disciplina y, sobre todo, de la fatiga".

Escribía el ruso Evgueni Evtushenko en su novela Siberia, como recogía yo en mi Carta del Editor del 8 de febrero de 2015 (hace casi dos años), sobre la pregunta que un niño le hacía a su abuelo: "¿se puede construir sobre el miedo?". La respuesta era "depende de qué miedo se trate; si por ser mi jefe te temo y cumplo tus órdenes, pero no te respeto, éste es un mal miedo perjudicial, pues por miedo cumpliré tus órdenes de un modo estúpido y, aunque las órdenes sean inteligentes, yo, por miedo, las estropearé; y también es malo para el pueblo, pues el miedo de uno se contagia a otro, y el resultado es un gran temor, una especie de incendio invisible, en el que no parece que nadie se queme, pero todos terminamos reducidos a cenizas".

La vagancia y el miedo. "El miedo a lo que exista y, sobre todo, a lo que puede pasar. El miedo en el que parece que nadie se quema, pero todos terminaremos reducidos a cenizas. Lo que va a suceder en Melilla, si no se desbloquea la situación de parálisis administrativa/pública en la que la ciudad está sumida, acogotada por la vagancia de algunos y el miedo a las innumerables denuncias alentadas o protagonizadas por los Cabanillas, Dionisios, Liartes y, al fondo, el camaleónico Ignacio Velázquez, sin dar la cara, como es su costumbre". Ese es lo que escribí yo hace ¡casi dos años!, y ¿qué camino hemos recorrido hasta ahora? El que nos acerca más a la quema, la ignorancia de que el Estado, la Administración Pública, no sólo no es omnipotente, sino que todo el poder que posee deriva de habérselo arrebatado previamente al conjunto de la sociedad, que el Estado y su manifestación, la Administración Pública -que en Melilla es casi todo- "es y sólo puede ser una forma fallida y empobrecedora de organización social" como dice Juan Ramón Rallo en su libro Una revolución liberal para España, en el que incluye también una cita genial de Murray Rothbard: "Las funciones del Estado se dividen en dos: aquellas que se pueden privatizar y aquellas que se pueden eliminar".

El camino para Melilla, me parece, está claro, si queremos que sea una ciudad libre y próspera: hay que privatizar todo lo privatizable (que es casi todo), hay que devolver a la sociedad todo aquello que le pertenece y que el Estado coercitivamente le ha quitado, para gestionarlo, en general, muy mal, como los hechos, sin duda alguna, nos demuestran en esta ciudad perdida y sin futuro que es hoy Melilla. No se trata de buscar culpables, ni de quejarse imparablemente (una actitud muy extendida en la España actual), se trata de encontrar soluciones, unas soluciones que, todavía, son posibles, y el día 23 de enero a las 19 horas se va a dar un paso muy importante para lograr ese desarrollo económico y social que nuestra ciudad precisa y para el que repito, todos hemos de tratar de contribuir, en la medida de nuestras posibilidades.

Cuando escribo esta Carta me hallo en Filadelfia, la ciudad en la que se aprobaron la Declaración de Independencia de los EEUU, la de los Derechos Humanos y la posterior Constitución del país, sobre la doble base de que la soberanía reside en el pueblo y la de la libertad de las personas, la base sobre la que los EEUU se convirtieron en el país más poderoso del mundo. Unos cimientos que, sin desaparecer, se van quebrantando, como lo demuestra el dato de que en 1930 los trabajadores norteamericanos pagaban un dólar de impuestos por cada ocho que ingresaban; en 1950 la proporción era de uno por cada cuatro: en 1992 uno de cada tres, y ahora se acerca a un dólar de impuestos por cada dos ingresados. Y eso que era hasta el mismo Karl Marx el que decía que pagar impuestos debería considerarse alta traición y que negarse a pagar impuestos era el primer deber de cualquier ciudadano. La explicación fundamental de la deriva norteamericana, y de los consiguiente problemas, que han posibilitado la victoria de Donald Trump, proviene de que el gasto público sobre el PIB fue de menos del 10% en los Estados Unidos hasta 1913, y ahora es más del 40%, casi como en España. Si eso es liberalismo, o libertad, que venga Adam Smith y lo vea, como exclamaba hace unos días Carlos Rodríguez Braun.

Sin embargo, lo que sí he podido comprobar, en mi visita a la Universidad de Temple, en Filadelfia, es hasta qué punto universidad y deporte recorren juntos el camino de la formación. Temple es una universidad en la que estudian y practican deporte más de 33.000 personas, de todas las nacionalidades. Su orgullo son sus logros académicos y la facilidad con la que sus graduados consiguen buenos empleos, junto con sus éxitos deportivos en las impresionantes Ligas Universitarias de todo el país, aunque priorizando que los deportistas sean buenas personas, antes que personas de éxito deportivo. Su impresionante fuerza se comprueba en las grandiosas instalaciones, deportivas y lectivas, que la Universidad posee. Temple no es un campus al uso de muchas de las universidades, es una verdadera ciudad, muy cerca del centro de Filadelfia y claramente integrada con ella. La atención a los deportistas de sus equipos de élite es, al modo norteamericano, total, para que puedan compaginar estudios y deporte, y los medios que ponen a disposición de esos estudiantes-deportistas son todos, desde las instalaciones, hasta la vestimenta, los horarios, las comidas, las vitaminas, los viajes, los asesores deportivos y lectivos, etc. Sentí, al compararlo con la situación de las universidades españolas, sana envidia, muy sana, pero mucha envidia.
¿Es, al menos en parte, trasladable algo de eso a Melilla y su entorno marroquí? No es fácil, pero no es imposible ir dando pasos en ese sentido. Ya digo, el 23 de enero se va a dar un paso que puede ser fundamental para el futuro de nuestra ciudad. Y debemos tener en cuenta que solo es imposible lo que no se intenta.

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