Buscar
Cerrar este cuadro de búsqueda.
Logo de Melilla hoy

Vidas que siguen temblando un año después del terremoto

Yasmina, Mohamed y sus tres hijas es una de las familias que permanece en el albergue

Un año después del terremoto, la pesadilla no ha terminado para cuatro familias afectadas que permanecen alojadas en el albergue San Vicente Paul. Lamentan que resulta imposible encontrar un alquiler con los ingresos escasos o nulos que reciben, por lo que suplican ayuda a la Ciudad para conseguir una casa. Según ponen de manifiesto, esta situación está haciendo estragos en la salud y en los nervios de mayores y pequeños.

Hoy se cumple un año del seísmo de magnitud 6,3 que sacudió Melilla de madrugada. Han pasado 365 días y aún quedan cuatro familias a las que les ha sido imposible recuperar la tranquilidad. Tuvieron que abandonar sus viviendas por el riesgo de derrumbe y desde entonces se están hospedando en habitaciones de hoteles y albergues de la ciudad. Después de un año, la preocupación por conseguir una vivienda se ha convertido en algo más que una obsesión, una inquietud que les acompaña desde que se despiertan hasta que se acuestan. «Necesitamos que nos ayuden ya a encontrar una casa», suplican los afectados por el seísmo.
Estas familias, a las que la Ciudad Autónoma ha terminado reubicando en el Albergue San Vicente Paul, disponen de escasos o nulos recursos económicos. «Desde Bienestar Social solo nos dicen que busquemos una casa y después presentemos presupuestos. Pero, ¿qué casa vamos a encontrar nosotros? No tenemos ingresos», explica el matrimonio formado por Yasmina y Mohamed, con tres hijas de 11, 9 y 7 años. Según lamentan, el marido lleva siete años en paro y no reciben ninguna prestación social. «¿Así quién nos va a alquilar?», insisten.
Y, es que, la ausencia de ingresos de estas familias convierte la búsqueda de pisos en una carrera de obstáculos. «Los precios de los alquileres son muy altos, pero aparte nos piden nóminas. Nosotros no tenemos nóminas, por eso seguimos en el albergue. Entonces nos dicen que tendríamos que pagar los seis primeros meses de golpe. ¿De dónde vamos a sacar ese dinero?», se pregunta Ficria, madre de dos niños de 4 y 7 años. La mujer asegura que, por mucho que se lo proponga, no está en su mano encontrar una solución. «Llevamos un año intentándolo, aguantando, pero nadie nos ayuda. Ya no podemos más», sostiene.

“No es lugar para niños”
Por otro lado, las familias manifiestan con preocupación que el albergue no resulta un lugar adecuado para el desarrollo de los menores. Entre otros motivos, por los horarios tan estrictos que tienen que cumplir en este tipo de alojamientos. «Nos obligan a dejar las habitaciones todas las mañanas y todas las tardes. Da igual que llueva o haga frío. Tenemos que estar en la calle todo el día, como si fuésemos perros», recalcan.
Tampoco tienen un horario de comedor que sea compatible con el colegio, según señalan Mohamed y Yasmina: «Para cuando las niñas salen de la escuela ya se les ha quedado la comida fría. Ellos nos regañan, nos dicen que no puede ser que lleguemos tan tarde, pero, ¿qué vamos a hacer? Las niñas no pueden irse antes del colegio».
Aunque las familias admiten que no se pueden quejar de la limpieza, sentencian que viven «como conejos» desde que se vieron obligados a abandonar sus casas hace un año. Antes de ser realojados en el albergue pasaron por varios hoteles de la ciudad, como el Hotel Nacional, el Hotel Tryp Melilla Puerto o la Casa de Mar. Según explica Mohamed, él duerme ahora mismo en un colchón en el suelo y su mujer comparte cama con sus hijas. «No descansamos bien», dice. Tampoco resulta fácil para las niñas hacer las tareas del colegio en una habitación en la que no hay mesas: «Se tienen que tirar al suelo para hacer los deberes», dice el padre con indignación.
Además, comentan que los menores tienen que compartir las zonas comunes con personas de todo tipo. «Ellos quieren ver la televisión, poner sus dibujos, pero hay personas con problemas de adicciones, enfermos y personas mayores que lo que quieren es estar tranquilas», expone Ficria. En este sentido, explica que los niños están en edad de jugar y divertirse, pero resulta complicado cuando «no hacemos más que llamar la atención para que no molesten a otras personas».

Los más perjudicados
Después de un año en estas condiciones, la desesperación también ha terminado calando en los niños. Lloran continuamente, están nerviosos, algunos han bajado su rendimiento en el colegio o son objetos de burlas de otros compañeros. «El otro día me vino la mayor llorando porque un amigo suyo se había burlado de que no tenía una vivienda», recuerda Yasmina con lástima. Los niños echan de menos una vida estable y cosas tan cotidianas como la comida echa por sus padres. «Mi hijo, el pobre, me dice que quiere que le cocine, que por favor, que nos vayamos ya a una casa. Yo le digo que aguante, que sea fuerte», comparte Ficria.
Pero, lo peor, es comprobar que el seísmo está haciendo estragos en la salud de los hijos. «La niña de siete años tiene colesterol. Con esa edad… Yo no quiero ni pensarlo porque me pongo fatal, no sé qué va a ser de ella. No puedo prepararle los alimentos que necesita porque no tenemos cocina, y nos lo dice el médico que tiene que comer. La comida del albergue no es buena para ella, pero es la que hay», cuenta la Yasmina. Dos de sus hijas también tienen anemia, fruto de la mala alimentación.

El desgaste de los padres
Entre la presión de no encontrar casas de alquiler y la impotencia de ver cómo están sus hijos, las familias afectadas del terremoto sufren un desgaste que también está haciendo estragos en su salud. En los nervios sobre todo. «Estamos fatal, muy deprimidos y muy quemados de estar todo el día pensando en lo mismo», asegura Ficria. Esta madre afirma que se está preparando para presentarse al examen de la ESO, pero que le resulta «imposible» concentrarse con tantos problemas rondando por la cabeza. «Nuestra situación es desesperada, es para ir al psicólogo y no salir», incide.
Por su parte, Mohamed apunta a que su médico le ha tenido que recetar pastillas para poder conciliar el sueño «de los nervios que tengo». Además, dice que su mujer se marea «cada dos por tres» por la tensión acumulada. A esta situación, añade que está recibiendo presiones del antiguo casero, quien le pide que le pague los meses de alquiler correspondientes al año 2016, a pesar de que él y su familia abandonaron la casa la noche del seísmo. «Se está intentado aprovechar de nosotros en vez de ayudarnos. Me piden 4.000 euros y me dice que me van a tirar todas las cosas que tenemos en la casa», lamenta.
Después de un año, los afectados por el terremoto tienen la sensación de que se han quedado solos. Incluso se han llegado a replantear si regresar a su antiguo hogar, a pesar del riesgo de derrumbe, pero no quieren arriesgarse por el miedo a que los servicios sociales actúen llevándose a sus hijos. «Nos hemos quedado tirados, ya nadie se acuerda de nosotros», resumen. Pero, a pesar del agotamiento, no pierden la esperanza de encontrar un hogar «muy pronto» y de recuperar en familia la normalidad perdida.

Loading

Irene Quirante

Más información

Scroll al inicio

¿Todavía no eres Premium?

Disfruta de todas
las ventajas de ser
Premium por 1€