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El Santo Oficio

¿Hay desviación doctrinal en el Papa Francisco?

La exhortación apostólica Amoris Laetitia (la alegría del amor), le está dando muchos quebraderos de cabeza al Papa Francisco. En tres grupos de Facebook (Adelante La Fe, Tradicionalismo Católico y El Dezinger-Bergoglio) se le califica directamente de «hereje», y se ridiculizan sus afirmaciones pastorales reduciéndolas a la calificación de «catecismo bergogliano». El grupo Detzinger-Bergoglio, se dice formado por sacerdotes diocesanos anónimos, ha elaborado un libro de 1780 páginas con los supuestos errores doctrinales del Papa Francisco, al que siempre aluden como Bergoglio. Todo esto nos lleva a afirmar sin duda ni margen de error posible, que los peores enemigos del Papa están dentro de la Iglesia y no fuera. Probablemente son los mismos que llevaron al abatimiento y a la renuncia a Benedicto XVI, a quien Francisco I se refiere como «el santo Benedicto».
Adelante la Fe llama una y mil veces hereje a Francisco I, y en uno de los grupos mencionados se preguntaban si alguien había leído la entrevista publicada el domingo 22 de enero en el diario El País con el máximo pontífice de la Iglesia Católica. De aquí surgió una nueva pregunta: ¿Ha sido leída Amoris Laetitia?
Ahora ya sí se puede responder a la pregunta del título. No hay errores doctrinales en el Papa Francisco, no puede haberlos y mucho menos en un Papa de formación jesuita, una organización que fue concebida como la última línea de defensa de La Iglesia y que tiene un voto especial de obediencia al Papa.
La carta Amoris Laetitia está por encima del tiempo en el que se escribe: «Ni la sociedad en que vivimos, ni hacia la que caminamos, permite la pervivencia de modelos del pasado», afirma Francisco, refiriéndose sin duda a grupos dentro de la iglesia que pretenden recuperar el modelo de convivencia cristiana del siglo II o el III; porque la carta está dirigida a los fieles cristianos y es una exhortación para el matrimonio católico, que sin embargo ya no es la única forma de convivencia posible, y menciona también las uniones de personas del mismo sexo.
«El camino de la Iglesia no puede ser el de condenar para siempre… y el evangelio no es una piedra para lanzarla contra los demás. La enseñanza sobre el matrimonio no puede convertirse en una doctrina fría y sin vida. La indisolubilidad del matrimonio no puede entenderse como un yugo. En algunos casos la nulidad matrimonial es moralmente necesaria».
«El tiempo es superior al espacio. No todas las discusiones doctrinales o morales pueden ser resultas con una intervención magistral. Hay que evitar los juicios que no tomen en cuenta la complejidad de las diversas situaciones. Pero incluso para aquellos que se encuentren en situaciones irregulares o complejas, la Iglesia debe tener un papel para ellos. En todas esas situaciones puede haber una unión feliz y fecunda. La misericordia de Dios no le puede ser negada a nadie».
Existen matrimonios entre católicos de distintas procedencias y ritos, uniones civiles, parejas de hecho, matrimonios entre personas de distintas religiones, divorciados y vueltos a casar. «Las culturas son muy diferentes entre sí, y todo principio general necesita ser inculturado si quiere ser observado y aplicado», explica el papa Francisco, que pide a obispos y sacerdotes una gradualidad en la aplicación de la Ley según las circunstancias de las personas y un mayor discernimiento: «Cuando se encuentra una persona responsable y discreta, que no pretende poner sus deseos por encima del bien común de la Iglesia, con un pastor que sabe reconocer la seriedad del asunto que tiene entre manos, se evita el riesgo de que un determinado discernimiento lleve a pensar que la Iglesia sostiene una doble moral». «Ya no se puede decir que toda persona que está en una situación irregular, se encuentras en una situación de pecado mortal», y añade una frase de Benedicto XVI: «Quién cierra los ojos ante el prójimo, nos convierte en ciegos ante Dios».
Contra estas y otras muchas afirmaciones contenidas en la carta papal, ha reaccionado varios cardenales, Burke y otros muchos sacerdotes, que han planteado una «Dubia», o duda apostólica que ahora debe contestar el Papa. Son aquellos que han endurecido y cerrado su corazón detrás de la doctrina.

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