Tuve la inmensa fortuna de conocer a Isaque Benzaquén mucho antes de que le entrase el gusanillo del mundo del fútbol, pues fuimos vecinos y amigos de la infancia, ya que él vivió en la calle Carlos Ramírez de Arellano y yo en la calle General Buceta. Todavía me acuerdo cuando su madre, Nely, me invitaba a comer a su casa junto a sus hermanos Alberto, Tato, Moncho, Mimi y Alegri. Los buenos ratos que pasamos… También me llegan los recuerdos de la tienda de su padre Elías, que estaba situada en la calle Cándido Lobera y, cada vez que podíamos nos dábamos una vuelta por ahí. Con frecuencia me hablaba de sus amigos del colegio España, Juan Ramos Porras y Ángel Herrera, ya cuando se estaba metiendo en ese mundo al que tantas horas dedicó y que pienso, a mí modesto entender, que no le trató de forma justa. También nos contábamos los problemas personales, aunque en la adolescencia, ya se sabe, todos son problemas. Últimamente no le veía mucho, pero sabía, por mi compañero Antonio Calderay, cómo se encontraba. Se fue y no me pude despedir de él, ni siquiera asistir a su entierro. Todavía recuerdo el día 6 de febrero, domingo, cuando el ex directivo unionista Alfredo Menguer y yo nos encontramos en la puerta del cementerio y nos comunicaron que el entierro se había celebrado a las doce de la noche, al finalizar el sabbat.
Por estas cosas que he contado, para mí no se fue Isaque, ex directivo de la U.D. Melilla, sino Isaque, mi amigo de la infancia, por cierto un gran amigo, a pesar de no coincidir mucho en los últimos tiempos, y una gran persona.
Por eso pienso que, con el homenaje que se le rendirá mañana, se cierra un capítulo en el seno de la U.D. Melilla, pues quedaba ese hueco de no haber despedido como se merecía a Isaque. Por último, quiero felicitar a la directiva unionista por este gran detalle que va a tener con él, con mi amigo. Descansa en paz.
