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El Santo Oficio

Puente Ojea, adiós al gran ateo

La Iglesia católica es la comunidad de los creyentes bautizados, y también es un Estado, con un Jefe a la cabeza, que lleva a cabo una acción política mundial. Tiene esas dos vertientes o aspectos, y desde aquí nos ocupamos del último aspecto. El Estado del Vaticano, con dos milenios de historia a sus espaldas tiene su lugar en la política del mundo, y su propio peso específico en las opiniones públicas que emite.
Gonzalo Puente Ojea, brillante intelectual y ateo convencido, que fue embajador de España ante la Santa Sede entre 1985 y 1987, falleció el pasado 17 de enero. Pese a su firmeza atea, mantuvo una cordial amistad con el Papa Juan Pablo II, del que él mismo dijo: «Deseo expresar desde estas columnas (diario El País) la forma cordial y humana con que el Pontífice me concedió, ya con un pie en el estribo para su actual viaje, una audiencia privada en Castelgandolfo, de la que guardaré imborrable recuerdo». En Roma, un ateo no asusta a nadie.
Como intelectual, que lo era y en gran altura, se pasó su vida detrás de Dios, aunque negándolo, sin embargo, en su libro El Mito de Cristo afirmó: «sobre la acción del visionario conocido como Jesús de Nazaret, me inclino por varias razones por una respuesta positiva sobre su existencia, si se concibe como un simple humano». Afirma esto es mucho, porque son muy pocos los datos históricos sobre el propio Jesús recogidos por los evangelistas. Ni siquiera Joseph Ratzinger, en su trilogía sobre la vida del Nazareno aportó otros datos que los ya conocidos sobre la existencia de Jesús. El paso del Jeshua histórico al Cristo de la fe es lo que distingue a los creyentes de los que no lo son. La creencia no necesita evidencias porque no puede haberlas, aunque tampoco hay certezas de signo contrario.
Los creyentes del siglo I, o los del año 1000 se enfrentaban a situaciones que no son siquiera comparables a las que la gente se vive y ve en el siglo XXI. Esta es la adaptación que pretende el Papa Francisco I para la supervivencia de la Iglesia, despojándola de todo aquello que es clericalismo, pero no evangelio. El Vaticano no solo está lleno de corrupción, como dice el propio Papa, sino de intereses muy oscuros, asentados allí desde hace décadas y siglos, que solo defienden su propia supervivencia, y no la de La Iglesia ni de la fe.
El clericalismo es a la iglesia lo que las nomenclaturas a las revoluciones socialistas, y la burguesía al capitalismo. Solo pretenden la supervivencia del sistema para seguir ellos existiendo, o sea, la clase dominante. Dice el Papa Francisco I: «Cuando tengo delante a un clerical me vuelvo anticlerical de golpe. El clericalismo no debería tener nada que ver con el cristianismo».
Benedicto XVI, del que se acaba cumplir el 4º aniversario de su renuncia fue el primero que habló de la «suciedad» en el seno de la Iglesia y afirmó: «Como responsable de la Congregación para la Doctrina de la Fe, uno tiene conocimiento de tantas y tantas cosas, que se necesita un alma bien templada para soportar todo eso. Siempre se ha sabido que hay suciedad en La Iglesia, pero es mucho la que ha que digerir, porque todos los días llegan escándalos hasta allí».
El santo Benedicto XVI, está protegido por el propio Francisco en el monasterio Mater Ecclesiae, dentro de los muros del Vaticano, estas fueron sus palabras en un acto reciente: «La bondad del Santo Padre Francisco se manifiesta en el lugar en donde vivo, y en el que me siento protegido, es por eso por lo que su bondad me llega hasta lo más profundo».
A lo largo de todos estos decenios, siglos y milenios, son muchas tradiciones, normas y rituales que se han ido adhiriendo a la piel de La Iglesia, creando un denso y tupido matorral que impide ver la creencia y el sentido original. El clerical ya solo defiende su posición e influencia, bien dentro de la misma iglesia o en sus aledaños. Son muchas las canonjías, beneficios e influencias que se reparten y alimentan a su alrededor. Algunos ya hemos podido probar en nuestras carnes, que clase de lobos merodean sus los alrededores.
El Papa Francisco I en uno de sus últimos viajes dijo que llevaba dos cosas en el bolsillo, un rosario y un pequeño Vía Crucis de bolsillo: «que representa la historia de un fracaso, humanamente hablando. Porque Jesús fue sufriendo hasta morir en la cruz». Y añadió: «con estas dos cosas me arreglo como puedo, pero gracias a estas dos cosas no pierdo la esperanza».
Ese es el punto exacto, señalado por el Papa, que está escandalizando al catolicismo tradicional y a los clericales, que por primera vez se sienten amenazados. Donde fracasa el humano, empieza la Fe. La lucha en las alturas es a vida o muerte. Con Pablo, Dios ya demostró que a veces no solo necesita de no creyentes, o de ateos, sino de una persona que se dedicaba a perseguir a los cristianos, para salvar su obra.

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