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Elegía por el puente del Kert

Un instantánea del puente ya demolido

A mi amigo Pepe Marqués, que comparte la elegía
Mi amigo Pepe Marqués me da desde Melilla una triste noticia. El puente sobre el río Kert lo están demoliendo. Es como si se me hubiera muerto un familiar, alguien muy querido en mi imaginario… marroquí y senderiano. Porque sí, conocí el puente sobre el río gracias a los "Arabescos" publicados por nuestro Sender durante su etapa militar africana, que luego ya, en compañía de Pepe Marqués, recorrí como en peregrinaje, embebido de aquella "psicología de las marchas" que contó el escritor altoaragonés. Lo más triste es que la demolición se produce porque sobre el Kert, junto al antiguo puente construido por los españoles, se levanta otro, como si eso fuera razón suficiente para arrasar una joya de la arquitectura militar que, con cien años a cuestas, que precisamente se celebrarían en este mayo próximo, no fuera un patrimonio que habría que conservar, sea ya útil o no. Los desvelos de mi amigo Marqués para intentar su conservación no han servido de nada, y me llama para certificarme la defunción. Yo también estoy de luto, llorando ese frustrado centenario de un puente que había hecho, gracias a Sender y Marqués, casi mítico.

Sobre el puente he escrito en varias ocasiones en estas páginas, ya en mis lejanos "sacos rotos" de 2004, en Heraldo de Aragón.

En "El ojo del Uixan (9-V-2004) comentaba un viaje hacia Kandussi, con paradas en Nador y Sengangan:

"Pasamos por Segangan, que aún conserva el viejo cuartel de Regulares donde hizo noche Ramón J. Sender en su marcha a Kandussi, y ya nos ponemos frente al Monte Uixan, que acompañó obsesivamente al escritor durante toda su caminata hasta el campamento militar, según cuenta en su artículo "La psicología de las marchas", obsesión sobre la que volvió a insistir en las primeras páginas de la novela "Imán". Junto al monte Uixan estaba San Juan de las Minas, el yacimiento de hierro propiedad de la Compañía Española de Minas del Rif, que transportaba por ferrocarril su metálico producto hasta el puerto de Melilla. Hoy, la única actividad que vemos por esta desierta carretera hacia Kandussi son los niños que, en grupos de dos o tres, se dirigen a sus pequeñas escuelas desperdigadas por el campo, blancas de cal, y donde ondea la bandera roja con su estrella verde. El Monte Uixan no nos pierde ojo".

Y dos días más tarde, en su continuación, "Magia junto al Kert" (11-V-2004) proseguía mi ruta:
"En lo alto del monte Uixan están aún los restos del blocao –fortín militar– que siguió y persiguió a Ramón J. Sender en su marcha desde Melilla a Kandussi. "Porque el blocao nos seguía.¡Vaya si nos seguía!"– reitera Sender.

Y, en efecto, el blocao nos siguió hasta que el río Kert se hizo visible, en medio de campos de cebada y de páramos, con las montañas del Rif al fondo. Y allí, en medio de aquella estepa, que tanto me recuerda a los Monegros, el puente sobre el Kert, el puente que cruzó Sender un 20 de julio de 1923, ese puente que mi amigo Pepe Marqués ha fotografiado de todas las maneras, incluso con abundoso curso de agua, aunque siempre la lleve tan escasa como ahora.

  • Marqués, me parece que no nos vamos a poder bañar…

Porque el río Kert, en ese cruce del puente construido por el ingeniero militar Manuel García Díaz entre 1915 y 1917, se ha convertido ya para nosotros en un hito, y nos habíamos prometido, en un ejercicio ritual senderiano, bañarnos en él.

Pero nada impide que aquella soledad, aquel silencio, la sequedad del entorno, con la tierra pedregosa coloreada por el hierro, y las montañosas ribereñas carcomidas por la erosión, formando cárcavas a lo largo del curso del río, conviertan aquello en un espacio mágico. Me quito los zapatos y camino entre aguas y piedras.

  • ¿Qué sientes? -dice Carola.
  • Es un momento mágico.

En Kandussi, junto a la carretera, unos pequeños talleres de reparaciones. Uno de ellos, conserva su letrero español: "La casa de la moto. Repuestos en general. Todo tipo de accesorios". Es otro momento de magia.

El campamento militar al que fue Sender ya no existe, pero hacemos cábalas de dónde estaría situado. Carretera adelante, en un pequeño muro encalado, alguien ha escrito con letras rojas: Moustafa + Khadija= Love. La magia, de nuevo".

Tres años más tarde, volvía a mi querido puente, "Puente nonagenario" (23-V-2007):
"José Marqués, mi amigo melillense, me recuerda que el 16 de Mayo se cumplieron 90 años de la inauguración del puente de tres arcos sobre el río Kert, construido por ingenieros militares españoles, cuyo escudo en bronce aún permanece milagrosamente allí. A la mayoría de ustedes, eso no les dirá nada, o les dirá poco, pero a Marqués, y de paso a mí, nos dice ciertas cosas. Nos recuerda, por ejemplo, que debemos a Ramón J. Sender el hecho de que el Kert, y ese puente de tres arcos, construido por españoles en el páramo ahora marroquí, nos resulte familiar. Mi amigo Marqués me recuerda algunas efemérides: que Luis Aizpuru, el comandante general de Melilla de la época, estuvo presente en el acto de la inauguración; que El Telegrama del Rif, en su edición del 17 de Mayo de 1917, publica una foto del puente en primera página; que Ramón J. Sender publicó un artículo en el periódico melillense –donde yo aprendí a leer, dicho sea de paso– titulado "La psicología de las marchas", donde narra su marcha militar, a pie, de Melilla a Kandussi, pasando por Segangan para llegar hasta el puente. "Un paseo militar de unos 45 km. que Sender, con el tercer batallón de Ceriñola 42, realizó cuando se encontraba prestando sus deberes con la Patria".

Marqués, desde que descubrió el ordenador, se ha convertido en un cronista impenitente. Escribe con solemnidad: "Han transcurrido 90 años desde la inauguración del puente, que ha sido testigo de muchas marchas de batallones y soldados en la zona de Melilla". Como Marqués tiene un irremediable sentido histórico, recuerda que si Sender nos dejó escrito "La Psicología de las marchas", el "periodista baturro" Juan Domínguez Lasierra nos dejó en Heraldo de Aragón el artículo "Magia en el Río Kert". Culmina Marqués su crónica nonagenaria: "Tras el Desastre de Annual, el líder rifeño Abdelkrim tuvo oportunidad de volar el puente. Pero no lo hizo y, por tanto, gracias al gesto del cabecilla rifeño, hoy podemos hablar de los 90 años de vigencia del puente sobre el río Kert". Gracias, Marqués, por el recuerdo".

Noventa años, sí, pero ya no podrán ser cien. ¿De quién parte tan pésima decisión? ¿Qué necesidad hay de destruir un testigo tan inapreciable de la historia de dos países? ¿Tal vez el simple empeño marroquí de querer borrar todas las huellas del pasado español de aquellas tierras?

Y en una pequeña novela
El río Kert y su puente no solo han sido objeto de mis "sacos rotos" periodísticos. También lo hice protagonista de mi novela-folletín "Juan Palomo o el verano filosofal", publicada asimismo en Heraldo de Aragón, entre el 15 de agosto y el 31 de septiembre de 2003. En su capítulo XXXVIII, "Recitando a Sender", escribía:

"En la suite del hotel Rusadir, Escotado y Marqués se reponían del sopor de la comida. Habían elegido un menú a base de pescados y vino blanco, una especialidad del restaurante del exclusivo Casino Militar, al que Julio Antonio se había empeñado en ir. En una mesa cercana, Juan Pando y Vicente Moga hablaban apasionadamente de la masonería en el Norte de África.

Julio Antonio y Pepe, en la habitación del Rusadir, conversaban plácidamente frente a un té a la menta con hielo, la mejor bebida para combatir los calores de un día en el que el levante hacía de las suyas y el bochorno encerraba en sus casas a todos los melillenses.

  • Es usted asombroso -decía Escotado-. ¿Así que es capaz de recitar de memoria la "Psicología de las marchas"?

Julio Antonio Escotado había descubierto lo que nunca hubiera imaginado. Que Pepe, el recomendado de su amigo el periodista, resultase ser un senderiano de pro, escudriñador de todos los pasos del escritor por aquellas tierras norteafricanas. Se conocía cada uno de los lugares citados por Sender en Imán, "Cabrerizas Bajas" y podía recitar de memoria los "Arabescos" senderianos que don Ramón había publicado en El Telegrama del Rif, cuando el escritor hizo su servicio militar en Melilla. A aquellos "arabescos" pertenecía la "Psicología de las marchas" y allí surgía el lugar de Kandusi, destino de una de esas caminatas militares. Pepe se carteaba con todos los senderianos del orbe, y sentía veneración por el maestro de todos, Jesús Vived Mairal.

  • Si quiere se lo recito… -le dijo Marqués.
  • Sólo el segundo párrafo.

De Melilla a Kandussi hubo -cuando vinimos- un accidente serio que aumentó considerablemente la fatiga del viaje. Expliquémoslo. Antes de llegar a Segangan, veíamos las alturas de San Juan de las Minas y tomábamos como punto de referencia un "blocaus" que existe en la cúspide altísima del picacho más pronunciado. Calculamos el tiempo que tardaríamos en llegar a su base: una hora… – recitó Marqués.

  • Espléndido. Le pediré que me lo repita entero cuando sea el momento. Y a propósito, ¿cuándo nos ponemos en marcha?

Se pusieron en marcha a la mañana siguiente, bien temprano, cuando aún no habían regado los jardines del Parque Hernández, resguardado por sus vigilantes "guzmanes", que nunca imaginaron que un día defenderían un monumento a Fernando Arrabal, aquel "antipatriota" melillense que triunfó un día en París echando pollitos vivos al escenario".

Y sigo con el capítulo XXXIX, "A orillas del Kert":
"Las incidencias de ese viaje hacia Kandussi mejor será dejarlas para alguna crónica viajera del amigo Marqués. Digamos que los veinte kilómetros hasta llegar a Segangan fueron deliciosos, pese al calor, con el Gurugú a la derecha como familiar compañía, y algunas paradas en las que los higos chumbos recién cortados y frescos eran una delicia al paladar sediento. A partir de allí, recordaron el fragmento senderiano, con San Juan de las Minas (de las minas de hierro) como imagen sempiterna, el monte Uixan con los restos de su viejo fortín aún en pie, el blocao que siempre estaba allí:
Luego, cuando reanudamos el viaje a Kadur -recitaba Marqués el texto de Sender-, juzgamos que tardaríamos media hora a lo sumo en perderlo de vista. Anduvimos dos horas y todavía no habíamos salido de su falda. Tres horas y el "blocaus" seguía irguiéndose a nuestra izquierda. Nos dieron intenciones de sentarnos, vencidos, y exclamar:

  • ¡Ponga usted toda su buena voluntad en andar mucho y deprisa, para que luego una perspectiva de esas se empeñe en abrumarnos!

Porque el "blocaus" nos seguía. ¡Vaya si nos seguía!
Cuando llegamos a Kandussi sentimos la alegría del triunfo, el entusiasmo de la victoria. Había desaparecido San Juan de las Minas. No volveríamos a tomar más puntos de referencia en los dieciocho kilómetros que todavía quedaban….".

El camino a partir de entonces ya fue más duro, porque apretó más el calor, pero todos rigores se olvidaron cuando tuvieron a la vista el río Kert y, sobre todo, su puente, aquella extraordinaria obra de la ingeniería militar española, realizada por Manuel García Díaz entre 1915 y 1917, de tres arcos rebajados de hormigón y asentados sobre pilares y base de sillería, según explicaba Marqués al emocionado Escotado.

  • Sender pasó por aquí…
  • Sí, pasó por este río y este puente el 20 de julio de 1923, en una marcha que hizo con su regimiento, Infantería de Ceriñola, nº 42, tercer batallón, cuarta compañía, desde Melilla a Kandussi, tal como lo cuenta en sus "Arabescos" publicados en El Telegrama del Rif de aquel año.

Julio Antonio miró el Kert, miró el puente, los cortados arenosos que bordeaban el río, y se sentó junto a una piedra a llorar.

  • Nos va a dar un golpe de calor como sigamos aquí -advirtió Marqués, que también estaba emocionado.
  • Tengo que bañarme en este río -dijo de pronto Escotado, como si cumpliera una promesa.

Y puestos los dos como Dios los trajo al mundo, se bañaron en las escasas aguas del Kert, que venían calientes, del desierto, pero que aliviaron sus almas".

Como ven, novelo algunas de mis incidencias en el viaje real al puente del Kert. Y realidad y ficción se unen ahora, se fusionan, para lamentar su desaparición. Porque no me consuela pensar que ese río, ese puente, aquellos hitos españoles, puedan sobrevivir en mis papeles. Siempre queda en el viajero la tentación de regresar a los lugares en los que fue feliz, y eso ya no será posible. Ni habrá otros que, como yo, sientan la llamada de aquellos tres ojos sobre el agua del río. Porque ya no estarán, ya solo serán recuerdo, evocación, nostalgia. Y todo lo más, meras referencias en las áureas páginas de Sender, o en las de un aprendiz de escritor que quiso seguir sus pasos. Una tristeza.

Zaragoza, marzo de 2017

Por Juan Domínguez Lasierra

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