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EL SANTO OFICIO

Bizancio

El 29 de mayo de 1453, en la zona de Blanquernas, por una poterna llamada Kylokerkos, que había quedado abierta en el estrés de la batalla que ya se prolongaba casi dos meses, los soldados del regimiento de Jenízaros del sultán otomano Mehmet II, empezaron a entrar en la triple muralla que defendía Bizancio. Giustiniani, el comandante del ejército genovés resultó decisivo en la defensa de Bizancio, acababa de ser herido en el combate.
Constantino XI Paleólogo, último emperador de la ciudad que ya no se llamaba Constantinopla, comprendió que la que fuera calificada como nueva Roma, la ciudad más esplendorosa de Oriente, la ciudad consagrada a la Virgen María, estaba irremisiblemente perdida. Europa, El Papado, la República de Venecia, todavía no habían respondido a la petición de ayuda procedente de Bizancio. Teófilo Paleólogo, primo del emperador, Juan Dálmata, Francisco de Toledo, junto con el propio Constantino, se lanzaron hacia la creciente agrupación de Jenízaros. Fue la última vez que se vio al emperador de Bizancio. Una leyenda griega dice que Constantino reaparecerá, para devolver la ciudad a los griegos.
¿Por qué no se ayudó a Constantinopla? La primera razón es porque hacía tiempo que Bizancio estaba rodeada por el Imperio Otomano, la segunda es porque Roma, y nos referimos al Papado, perdona, pero no olvida, y los siglos de afrentas dirigidas hacia el Papado constituían un obstáculo insalvable. El Basileos o emperador de Bizancio nunca reconoció la primacía de Roma, y a su vez era la cabeza de la iglesia ortodoxa griega de Oriente.
Para ayudar a Bizancio, el Papa Nicolás V había exigido un reconocimiento previo y formal de la primacía romana. Fue una humillación inútil y tardía a la que se sometió Constantino Paleólogo, y que causó gran consternación en la ciudad. Bizancio tenía mucho orgullo y a Roma siempre le sobró rencor. Lucas Notaras, el Megadux, jefe de la flota de Bizancio aceptó de mal grado aquella inútil sumisión. En aquellos momentos se forjó la frase «antes el turbante turco que la mitra papal». ¿Qué no perdonaban los bizantinos? Antes que ninguna otra cosa, no perdonaban la salvaje conquista de Constantinopla llevado a cabo por lo que se conoce como IV Cruzada, formada con bula Papal, y que sometió a la nueva Roma a un baño de sangre, de destrucción y de profanaciones de templos, en 1204. A partir de ese año, la ruptura entre las dos iglesias cristianas fue ya irreversible y eterna. Desde entonces todo lo que proceda de Roma será calificado bajo el epígrafe de «Pedro y sus lobos». El Papa Inocencio III, que otorgó la bula, pedirá perdón y mostrará su consternación al conocer lo ocurrido, pero el daño estaba hecho.
Con la desaparición de Bizancio, Roma veía difuminarse a la que era su gran rival, y que la igualaba en fe, en liturgia, en teología y que quizá la sobrepasaba en prestigio. Aun así, la conmoción de la noticia de su caída fue enorme.
El lado Turco
Los otomanos siempre desearon la conquista de Bizancio, ciudad a la que amaban y que deseaban como corona de su imperio. Mehmet II quería inmortalizar su nombre en la historia como el conquistador de Bizancio. También hay que decir que la conquista de 1453 fue menos violenta, que la cristiana de 1204. Mehmet II no quería la destrucción de la ciudad ni de sus edificios. Santa Sofía (que fue incendiada y saqueada en la cruzada cristiana) pasó a ser mezquita el mismo día de la conquista, pero la iglesia de los Santos Apóstoles, la segunda en importancia de la ciudad, se transformó en la sede del Patriarcado Ortodoxo de Constantinopla. La población griega que así lo quiso se quedó en la ciudad tras la conquista, y el culto cristiano continuó en otras iglesias. En los siglos posteriores, el Imperio Otomano convirtió a Estambul en su más preciada joya, y la engrandeció con espectaculares mezquitas y otras edificaciones.
Los estambulíes están muy orgullosos de la pertenencia de la histórica capital a la República de Turquía. Orhan Pamuk, el premio nobel turco, hace un gran retrato de la ciudad y muestra su admiración por su pasado y por su presente. En 1953 celebraron el V Centenario de la conquista y narra cómo hasta las revueltas de 1955, el griego fue uno de los idiomas de Estambul. En ese año, la mayor parte de la población griega abandonó la ciudad para siempre. En Estambul están muy atentos a lo que se publica sobre la ciudad. Durante décadas, el romanticismo literario, encabezado por Flaubert, idealizó y buscó el pasado desaparecido, e idealizó la mítica capital bizantina, de la que quedan muchos vestigios históricos.
Esperemos que en la República de Turquía siga vigente la idea del Estado laico, fundado en 1923 por Mustafá Kemal Atatürk, muy comprometidas con las reformas totalitarias del islamista Erdogan, cuando se cumplen 564 años de la conquista o caída de Bizancio.

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