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Alhucemas: una encrucijada histórica

Las últimas manifestaciones sociales de protesta en la ciudad de Alhucemas han vuelto a traer a la palestra informativa un problema endémico en una de las zonas menos desarrolladas del actual Marruecos, cuna de varias revueltas y rebeliones durante el siglo XX y forjadora a la vez de algunos mitos que, en el momento actual, parecen no ayudar mucho a dotar de la estabilidad que necesita toda sociedad para alcanzar niveles mínimos de bienestar. La situación de tensión latente que vive la zona, con episodios recurrentes de protesta, a veces violenta incluso, parecen tener unas raíces ancladas en la propia historia de la región así como en la situación de mala gestión desarrollada posteriormente, no por los gobiernos de Marruecos, escasos de medios y competencias, sino más bien del Majzén, cuya intervención directa en la zona a través de diversas actuaciones y acciones ejecutivas no parecen responder a consideraciones racionales de tipo administrativo o económico sino exclusivamente políticas, alejadas por tanto de las realidades cotidianas de unas gentes que no parecen encontrar su sitio en el Marruecos posterior a la independencia.
El abordaje del análisis de la situación de tensión que vive la provincia de Alhucemas podría realizarse desde variados puntos de vista. Sin duda el económico es uno de los más relevantes debido a la sencillez del estudio. Así, no habría más que analizar los datos macroeconómicos de Alhucemas para descubrir diversas deficiencias en el tejido productivo así como otros aspectos relevantes que den cuenta del débil desarrollo económico de la zona. Es un enfoque válido y sencillo pero no suficiente. También se podría analizar el problema desde un punto de vista histórico. Ha sido recurrente en Marruecos durante varias décadas y su conclusión esencial ha sido por lo general culpar al exterior de los desfases de una región que, mal que les pese a algunos, logró cierta prosperidad bajo la acción colonial española. Este ha sido el enfoque tradicional del nacionalismo marroquí, profundamente anti español. Pero este enfoque tiene el inconveniente de no querer asumir responsabilidades por parte de las autoridades marroquíes en el problema. Han pasado varias décadas desde la independencia sin que se hayan resuelto los problemas de base de la región. Por eso está deslegitimado.
La visión del problema desde el punto de vista cultural tampoco parece tener ninguna base científica. Así, la existencia de una población con una cultura diferente, en particular la lengua, el tarifit, tampoco es relevante en la medida en que ya en tiempos coloniales, la población marroquí fue escolarizada en lengua árabe. Respecto a las tradiciones de la zona no parecen ser muy distintas de otras partes de Marruecos en la medida en que el territorio está profundamente arabizado e islamizado. Y si apelamos a la idiosincrasia de un pueblo, creo sinceramente que no es argumento suficiente para explicar problemas cuya solución dependen más de la administración que de los propios ciudadanos de Alhucemas.
Nos quedaría el argumento político, sin más, que nos llevaría a entender que han sido los poderes públicos en Marruecos, Majzén, gobierno y administración, los culpables de una situación de postración social y económica en la región, pues las inversiones, presupuestos y obras públicas, dependerían de esos organismos. En cualquier caso, en otras zonas de Marruecos la situación de subdesarrollo es aún peor que la de Alhucemas en lo que respecta a inversiones públicas. La zona del anti Atlas es un buen ejemplo. Podríamos añadir zonas de montaña de cultura bereber, circunstancia que incluso desmitifica la diferencia cultural a la hora de justificar esas protestas sociales.
No queda pues mucho margen de reflexión para explicar lo que sucede en Alhucemas a no ser que hagamos una amalgama de todos los elementos considerados en este breve análisis, circunstancia que habría generado una situación de malestar social endémica. Lo que parece inevitable es el recurso a la historia de esta zona para intentar entender las claves de esas protestas. Es cierto, pero creo que junto a ello podría realizarse un análisis desde la sociología política que, sin ser definitivo, podría aportar nuevos puntos de vista sobre el problema.
Si traemos a colación la perspectiva socio política para analizar la situación de Alhucemas lo hacemos con la intención de tener en cuenta elementos de juicio que se escapan la mayor parte de las veces de los análisis recurrentes y simplones que han comenzado a proliferar en las últimas semanas. En este sentido, la sociología política requiere hablar de aspectos como los partidos políticos, la participación política, las elecciones, la gobernabilidad, la administración o la configuración territorial del poder o la articulación del territorio, sin más, asuntos estos que automáticamente nos desvelan algunas diferencias con relación a otras zonas de Marruecos. En este sentido, para hablar de todo ello es inevitable hacer un viaje por la historia del Rif, una región cultural, social y territorialmente bien definida en los comienzos del siglo XX y que la acción española mantuvo tras la finalización de las guerras coloniales.
Esta situación comenzó a cambiar desde 1956, fecha de la independencia de Marruecos en adelante, mediante una serie de decisiones políticas que nunca tuvieron en cuenta el sentir social de unas gentes excesivamente apegadas a su tierra y a una organización sociopolítica ancestral. De hecho, ya en una fecha temprana como 1957 Marruecos acometió su primer proceso de regionalización bajo la sombra de un presupuesto discutible elaborado sibilinamente por el gobierno del Istiqlal y el Majzén, a saber, evitar la unidad tribal en determinadas zonas de Marruecos. Es evidente que ello afectaba esencialmente a zonas de cultura y etnia bereber, pues las zonas arabizadas no padecieron este problema. Esta política va a ser norma desde entonces e impidió, no solo la creación de una región, el antiguo protectorado español, con una especificidad propia, sino la existencia de una región de mayoría amazigh en la zona norte, que comprendiera tres de las antiguas cinco circunscripciones creadas por España en la zona, en concreto Gomara, Rif y Kert, que aglutinan a la mayor parte del contingente poblacional bereber y que en la actualidad comprenden cuatro territorios, Alhucemas, Targuist, Nador y Drius, esta última provincia creada recientemente. El problema de la organización territorial en Marruecos ha sido constante en estas seis décadas de independencia. Así, Alhucemas, que es la zona que nos interesa, siempre ha estado separada de su entorno natural para hacerlo con otras zonas más al sur, en particular Taza y algunas zonas del desierto y el Antiatlas, algo completamente anormal. El último proceso de ordenación territorial, el mal llamado proceso de regionalización avanzada, no ha solucionado nada. Y no lo ha hecho primero porque era una coartada para justificar el plan de autonomía sobre los territorios ocupados del Sahara Occidental, y en segundo lugar porque Alhucemas, a pesar de estar unida a Tánger y Tetuán, no lo está sin embargo con su salida natural que es la provincia de Drius y Nador.
Estos cambios, no sometidos nunca a consulta popular en Alhucemas, no han tenido una traducción en mejores índices de bienestar en la provincia, mostrando por tanto la ineficacia de una gestión administrativa que ha dependido siempre de intereses políticos y no sociales o económicos. El resultado ha sido el crónico déficit de inversiones en la zona, o la mala priorización de estas inversiones. Son las contradicciones de un régimen autoritario que prioriza las inversiones en base a objetivos políticos. Alhucemas lleva mucho tiempo sufriendo los perjuicios de una política escasamente racional en términos económicos. Además, el proceso de regionalización no ha tenido una traducción clara en el ámbito del autogobierno, por otra parte muy limitado en un Estado centralizado y autoritario como es Marruecos. La regionalización en estos momentos es un sistema inútil en la medida en que las mayores competencias las tienen unos gobernadores que son el brazo ejecutor del monarca.
Ello conlleva una segunda cuestión esencial y es el retraimiento en la participación política convencional, a través de partidos políticos y elecciones poco fiables. Ello contrasta vivamente con otro tipo de participación, no convencional, a través del mundo asociativo, medios de comunicación locales y por supuesto, manifestaciones de protesta de todo tipo. En el norte de Marruecos, el antiguo protectorado español, llegaron a crearse hasta cuatro partidos políticos en tiempos coloniales. El partido de la reforma nacional (PRN), el Partido de la Unidad Marroquí (PUM) y otros dos de existencia efímera, el partido Marruecos Libre y el PL o partido de los liberales. Los dos primeros nacieron en los años treinta del siglo XX y el tercero en el año 1954, con el fin de que una zona alejada de Tetuán como era el Rif, tuviera un medio partidista para canalizar sus intereses. Los dos primeros acabaron desapareciendo con la independencia de Marruecos. Mohamed V les obligó a integrarse en el Istiqlal y el PDI respectivamente. De esta forma, el norte de Marruecos quedó desde entonces huérfano en términos partidistas. A pesar de que hubo un intento de crear un nuevo partido político tras la rebelión de 1959, el conocido incipientemente como Liga Marroquí, este se movió siempre en la clandestinidad hasta su desaparición pues nunca se autorizó su existencia. Por tanto, la población rifeña dejó de tener un medio de defensa de sus intereses. Nunca más los recuperaron pues en la actualidad los partidos de corte étnico o regionalista están prohibidos por la legislación marroquí. Subsiste el MP, Movimiento Popular, un partido que se dice defensor de los intereses de la comunidad bereber y que ha vivido a la sombra del Majzén por motivos obvios. Su representación es escasa y la defensa de los intereses bereberes nula. No hay más que ver su acrónimo en caracteres latinos para darse cuenta de ello.
La situación por tanto de Alhucemas y de otras partes de Marruecos es de una absoluta sumisión a las políticas centralizadoras del Palacio. La regionalización es absurda pues no permite un autogobierno de verdad. En el caso de que existiera, la organización territorial convierte la defensa de los intereses de la región en un galimatías al carecer el ente territorial de cierta unidad histórica lo que repercute en las prioridades de cada provincia. Alhucemas tiene unas prioridades diferentes a las de Tánger, por poner un ejemplo. Y encima, tampoco tienen los habitantes de la zona partidos políticos que defiendan sus intereses pues los de ámbito nacional no han sabido acercarse a la ciudadanía de aquellos territorios y a sus inquietudes más cercanas. Lo primero que hicieron los partidos que forman la actual coalición gubernamental en el poder en cuanto comenzaron las manifestaciones fue acusarles de estar al servicio de agentes extranjeros en vez de crear una comisión que estudiara los problemas de la zona.
Podemos entender que las protestas de Alhucemas son el colofón natural de una animadversión de sus habitantes hacia un sistema político y partidista que no permite una buena representación de sus intereses. En las revueltas de Alhucemas no solo se piden mejoras sociales y económicas. En el fondo se pone en cuestión un sistema político, el marroquí, bien macerado desde el Majzén, que no ha traído prosperidad a un territorio maltratado por la historia como es el Rif y en concreto Alhucemas. Es normal que su población se sienta agraviada. Lo que ya no es tan normal es la furibunda reacción del Majzén. Acusar a unos manifestantes pacíficos de poner en cuestión la integridad territorial del país no es una buena carta de presentación para intentar solucionar los problemas. Y es que la encrucijada rifeña lo es también la del propio Marruecos, un país que navega en aguas turbulentas en estos inicios del siglo XXI.

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