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Carta del Editor

El Síndrome de Estocolmo

Pero el hecho evidente de que, como decía Friedman, como comprobamos a diario los melillenses, "nos acosan con normas, regulaciones, papeleos, formularios a rellenar, que nos enloquecen a todos", permite deducir que algún día la opinión pública se dará cuenta de que no estamos obteniendo, en forma de servicios y otras prestaciones, ese más del 40% que el Estado nos quita a la fuerza. Algún día la mayoría de los españoles, melillenses incluidos, conseguiremos liberarnos de nuestro acentuado Síndrome de Estocolmo. A propósito de la invasión de lo público, de un Estado leviatánico y las posibles soluciones para ponerle coto, leo lo siguiente: "El prerrequisito esencial para alcanzar un Estado mínimo es que la sociedad desee alcanzar ese Estado mínimo; no es función de los políticos imponer sus programas de reforma a las convicciones de la población, sino que debe ser la población la que exija y reclame la retirada del Estado" (José Ramón Rallo, en su libro Una revolución liberal para España).

Determinar el catálogo de propiedades privatizables y facilitar la constitución de nuevas empresas en aquellos sectores que estén siendo privatizados. Son esos dos pasos imprescindibles para pasar de un Estado máximo (como es el caso, el caso extremo, de Melilla, en el que la administración pública copa aproximadamente el 80% del PIB y regula, directa o indirectamente, el otro 20%) a un Estado mínimo, que ocupe alrededor del 5% del PIB. Es difícil llegar a ese nivel, a ese 5%, en España y en una ciudad como Melilla, pero, además de ser más que deseable, además de ser -vista nuestra actual situación- casi imprescindible, "no la veremos no porque no sea factible iniciar de inmediato una gradual transición hacia el Estado mínimo aquí bosquejado, sino porque, a día de hoy, la práctica totalidad de la población no la aceptaría, bien por ceguera ideológica, bien por intereses oligárquicos". Lo entrecomillado es del mismo libro de José Ramón Rallo, quien añade una muy acertada e inteligente reflexión: "Hoy la sociedad ha caído presa de un fortísimo Síndrome de Estocolmo que la lleva a considerar legítima casi cualquier intervención que acometa el Estado -que es la organización política basada en la institucionalización y sistematización de la violencia- cuando lo razonable sería que, por principio, la sociedad considerara ilegítima casi cualquier intervención violenta". El objetivo, el ideal -sin ideales la vida pierde sentido- debería ser el de "desterrar toda forma de coacción institucionalizada de nuestro sistema de organización social". El ideal es poder vivir en una sociedad libre, ser y sentirnos libres, poder desarrollar nuestras capacidades individuales.

El desarrollo, ese desarrollo para el que tantos, cada vez más, estamos trabajando intensa y desinteresadamente en nuestra Sociedad para el Desarrollo de Melilla (SODEMEL), no es un fin en sí mismo, sino una consecuencia del ejercicio de la libertad de los ciudadanos, de la lucha por quitarnos las cadenas, lo que necesariamente pasa por liberarnos de ese Síndrome de Estocolmo pro estatal, pro administración pública, que nos atenaza y, como se puede comprobar con toda evidencia en Melilla, nos empobrece.

Es interesante e ilustrativo recordar de dónde proviene lo del Síndrome de Estocolmo. El 23 de agosto de 1978 un tal Olsson atracó un banco de Estocolmo y tomó cuatro rehenes. Una de los rehenes, Kristian Ehnmark, ya se opuso casi desde el principio a la idea de un rescate, que la policía logró seis días después del secuestro, sin heridos ni daños, lo cual no evitó que los secuestrados se mostraran reticentes a testificar posteriormente contra sus captores. El criminólogo Nils Bejerot fue el que acuñó el término Síndrome de Estocolmo, para referirse a rehenes que se identifican con sus captores, porque, decía Bejerot, ambos comparten el objetivo común de salir ilesos del incidente. Suena antinatural, y de hecho lo es, pero ha habido (como el caso de Patricia Hearst, hija del magnate de la comunicación, que se unió al grupo terrorista Ejército Simbionés de Liberación, que previamente la había secuestrado) y hay muchos casos más, como el del ejército de maltratados por los impuestos que nos imponen y el mal uso que, en general, dan a esos impuestos que nos fuerzan a pagar (como subvencionar parte de los gastos del separatismo catalán, por ejemplo, o como pagar espléndidamente a un ejército de burócratas cuyo objetivo predominante -valiosas excepciones al margen- es poner trabas y dificultar la vida de los ciudadanos a los que nos sustraen el dinero para pagarles, como es el notorio caso de Melilla).

No existe una prueba palpable de si la nueva tendencia del pensamiento se dirigirá hacia una libertad más amplia y una actuación estatal más limitada, que siga a Adam Smith y a Thomas Jefferson, o defenderá un gobierno omnipotente y monolítico, de acuerdo con el espíritu de Marx o Mao, decía Milton Friedman en 1982, y tal pensamiento, tal incógnita, sigue existiendo hoy. Pero el hecho evidente de que, como decía Friedman, como comprobamos a diario los melillenses, "nos acosan con normas, regulaciones, papeleos, formularios a rellenar, que nos enloquecen a todos", permite deducir que algún día la opinión pública se dará cuenta de que no estamos obteniendo, en forma de servicios y otras prestaciones, ese más del 40% que el Estado nos quita a la fuerza. Algún día la mayoría de los españoles, melillenses incluidos, conseguiremos liberarnos de nuestro acentuado Síndrome de Estocolmo.

Posdata. De lo que no conseguiremos liberarnos, pues la naturaleza humana es como es, es de los malos profesionales o las malas personas que nos encontramos en cualquier profesión. En la abogacía, por ejemplo, hay magníficas personas y excelentes profesionales ejemplares en un sector tan complicado en Melilla, como la vicedecana del Colegio de Abogados, Leticia Torreblanca. Y los hay que son todo lo contrario, como el tal Emilio Bosch, autoapodado El Rojo, que aspiró -con el más que anunciado y merecido estruendoso fracaso- al puesto de vicedecano que Leticia, afortunadamente, ganó. (Por cierto, "Rojo", yo nunca he atacado a la Guardia Civil y este periódico tampoco lo ha hecho, sino todo lo contrario. Yo he expresado mi desacuerdo con la actuación de un determinado miembro de un determinado organismo (la UCO, la Unidad Central Operativa de la Guardia Civil, un organismo que más de un medio de comunicación pide que sea suprimido) que ha hecho mucho daño injustificado a muchos melillenses e incluso a la propia Guardia Civil, entre ellos el de ordenar practicar "reseñas" a los que no han sido detenidos, algo que he denunciado y que está en pleno proceso judicial).

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