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Tribuna abierta

Llamamiento a la sensatez

En la imagen, una manifestación del año pasado para protestar por la prohibición de la entrada de borregos desde Marruecos a Melilla

Trasladar públicamente opiniones que contravengan las tesis y relatos oficialistas conlleva un serio y evidente riesgo de descalificación, que incluso puede acarrear una condena inapelable dictada por aquellos que se consideran depositarios de las esencias patrias.

Este relato repite, a modo de un mantra, que Melilla es un ejemplo de convivencia e integración de culturas. Sin embargo este complaciente discurso resulta desmentido por una realidad marcada por las desigualdades y el estado de precariedad de un considerable sector de la población, que apenas alcanza a recibir las migajas de un presupuesto que, gestionado racionalmente, habría de permitir disfrutar de unos servicios públicos de calidad y un nivel de cuasi pleno empleo.
Desearíamos que la convivencia fuese una realidad, pero cualquier observador objetivo e imparcial habría de concluir que se trata de simple retórica dirigida a solapar lo que los indicadores socioeconómicos no hacen más que confirmar año tras año. Asimismo ese relato pretende negar, absurda y espuriamente, otra evidencia, esto es, que la precariedad recae sustancialmente sobre la Comunidad Musulmana, resultado de pretéritas injusticias, que lejos de corregirse se perpetúan, pero que también obedece, todo hay que decirlo, a una raquítica conciencia política, y a un alto nivel de abstención electoral que la sitúa en la subrepresentación institucional. La convivencia real es algo más que la ausencia de conflictos. La convivencia exige el reconocimiento de todos, igualdad y la construcción de un futuro común.

Pero lo que es un mero slogan es también un objetivo loable e ineludible si se quiere proyectar la ciudad hacia un futuro de prosperidad y estabilidad. Pero alcanzar este objetivo exige asumir nuestra realidad, condición sine qua non para llevar a cabo su transformación y, con ello, superar la actual fractura social, que hace inviable cualquier proyecto de ciudad.

Pero también es cierto que, aparentemente, disponemos de una cierta estabilidad, fruto de un concenso de mínimos, que ha permitido gozar de una coexistencia, más o menos armoniosa, asentada, sustancialmente, en el respeto y en la no injerencia en los asuntos religiosos.

Refiero todo esto a colación de la Festividad del Aid El Kbir, sobre la que conviene realizar algunas consideraciones que deberían canalizar el debate en sus justos y razonables términos.

La celebración de esta y otras festividades integran el contenido esencial de la Libertad Religiosa. Y como lógico corolario, los ritos y tradiciones inherentes a dicha festividad se integran en el ámbito de dicha libertad. Y entre las prácticas de dicha festividad, la libre decisión sobre la ofrenda del sacrificio constituye la esencia de tan sagrada conmemoración. En consecuencia, cualquier decisión administrativa o disposición normativa que restringa o prohíba esta o alguna de las tradiciones inherentes a dicha festividad tienen una incidencia directa en la libertad religiosa de los musulmanes melillenses.

También es cierto que la libertad religiosa no es absoluta y tiene como limites el respeto de los derechos y libertades fundamentales de los demás, la seguridad, el orden, la salud y la moral pública, elementos que, como indica la Ley, constituyen el concepto de orden público protegido por la ley. Pero tampoco puede obviarse que dichos límites deben interpretarse con criterios restrictivos, favoreciendo el ejercicio y la esencia de la libertad religiosa.

A la luz de estas consideraciones, y habida cuenta que no existía riesgo alguno para la salud animal o humana, la administración con su prohibición, hubo de limitar arbitrariamente la libertad religiosa de los musulmanes melillenses, al impedir que estos pudieran realizar la ofrenda que mejor se adaptase a sus convicciones y tradiciones religiosas. No en vano, y pese a la burda manipulación que se ha hecho de la maraña de disposiciones administrativas, estas permitían expresamente la entrada de dichos animales a nuestra ciudad, limitando la prohibición exclusivamente a la exportación hacia el territorio de la unión aduanera.

Superado tan grave y lamentable episodio, y cuando todo parecía volver a la normalidad, un nuevo proyecto de disposición normativa disparaba todas las alarmas, a cuenta de la obligada intervención de operadores comerciales y explotaciones ganaderas como condición para la entrada de dichos animales. En cuanto a la primera de las exigencias, finalmente suprimida, resultaba manifiestamente contraria a la libertad individual y de contratación, más propia, pues, de regímenes comunistas que del libre mercado. Y en cuanto a las explotaciones ganaderas, esta constituye una condición diabólica, es decir, de imposible cumplimiento, salvo que se haga una interpretación sui generis de la normativa que regulan dichas explotaciones, admitiendo pulpo como animal de compañía.

Pero como todo es susceptible de empeorar, irrumpe, una vez más, la tentación colonialista de interferir en los asuntos religiosos de dicha comunidad, que ya se vislumbraba en el tema de los Imanes, y que resurge cuando alguna autoridad se permite la licencia de "salmodiar" sobre lo que es o no es lícito en dicha festividad, amén de las "advertencias" dirigidas a los representantes de la Comunidad Musulmana.

Estas arbitrarias limitaciones a la libertad religiosa e intolerables injerencias en los asuntos religiosos de una comunidad contravienen incluso ese consenso de mínimos sobre el que se apoya nuestra coexistencia, al tiempo que ponen en entredicho la armonía en el ámbito religioso, que nadie, ni siquiera la víctimas de ese historial de agravios, habían cuestionado hasta ahora.

Los melillenses no podemos resignarnos al actual estado de cosas y más allá de los particularismos, resulta vital la implementación de un proyecto colectivo, que por definición implica abandonar esquemas monoculturales y hegemónicos, por otros que impliquen el reconocimiento de todos, esto es, de sus tradiciones, lengua y experiencia histórica. Solo así puede alcanzarse el consenso necesario para el diseño de dicho proyecto verdaderamente de todos
Un primer paso en esa dirección, a la vez que un ejercicio de sensatez, sería dejar que los musulmanes melillenses puedan, de una vez por todas, celebrar su sagrada festividad en paz y sin más sobresaltos.

PIE DE FOTO:
En la imagen, una manifestación del año pasado para protestar por la prohibición de la entrada de borregos desde Marruecos a Melilla

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