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Pasemos el Rubicón

¿Por qué no se eleva a 5 el nivel de seguridad en España? ¿Para que en Cataluña no patrulle el Ejército por las calles antes del "procés"? Me hacía esta pregunta un militar el domingo pasado. Ahí queda, para que ustedes lo piensen y respondan. Mi respuesta es que hay muchos indicios, próximos y remotos, que llevan a pensar que sí, que el Gobierno se muestra de nuevo demasiado tibio con los independentistas catalanes y que, por eso, no ha elevado -como parece conveniente y justificado- a 5 el nivel de seguridad, lo que implicaría que los militares pudieran patrullar por las calles en lugares estratégicos, algo que los independentistas, de cara al 1 de Octubre, no quieren.
¿Con un nivel de seguridad mayor, colocando bolardos en las Ramblas barcelonesas -a lo que se negó la alcaldesa independentista- y solicitando (lo que no hizo el consejero de Interior de la Generalidad, el lamentable Joaquím Forn) más colaboración de los cuerpos y fuerzas de seguridad del Estado español -mucho más expertas en la lucha antiterrorista que los Mossos- ¿se podrían haber evitado las masacres del 17 de agosto en Cataluña? Dejo también ahí la pregunta para que ustedes, lectores, poniendo en práctica el pensamiento crítico que, como seres libres, ha de caracterizarnos, respondan, aunque adelanto que la respuesta, me parece, va a ser un muy triste y rotundo sí.

El editorial del lunes de El Mundo avala esa más que prevista respuesta positiva. "De la casa de los horrores (y errores) de Alcanar", se titulaba el editorial, que añadía la fundada sospecha de que "los Mossos, más preocupados en la forma en la que facilitarán el referéndum ilegal del 1-O, han descuidado sus obligaciones". Menos mal que siempre podemos recurrir al gran Otto von Bismark y a la frase que se le atribuye, a finales del siglo XX: "Estoy firmemente convencido de que España es el país más fuerte del mundo. Lleva siglos tratando de destruirse a sí misma y todavía no lo ha conseguido". Ni lo conseguirán ahora los independentistas catalanes, espero.

Aunque para eso quizás habremos de emular a Julio César y pasar el Rubicón, en el sentido de dar un paso decisivo arrostrando un riesgo, en España y en Melilla. Es lo que hizo Julio César cruzando con sus tropas el pequeño río que separaba a Italia de la Galia Cisalpina, desoyendo las órdenes y la amenaza de muerte del Senado romano y tras pronunciar su famosa frase Alea jacta est (la suerte está echada). Pompeyo huyó, sin resistencia, y Julio se convirtió en César. Pero no parece que en el Gobierno español haya muchos julios césares, en el mencionado sentido de dar un paso decisivo -elevar el nivel de seguridad a 5, por ejemplo- afrontando el riesgo -no tan grave como la muerte que esperaba a Julio César de haber fallado- de la crítica de los independentistas y sus apoyos políticos.

También creo que hay que ser un poco más arriesgado con el problema del terrorismo islámico. José Manuel Calzado, director provincial de Educación, retuiteó un mensaje que hablaba, tras lo ocurrido en Barcelona, del "terror islámico que el infantilismo y el buenismo progre no quieren ver". Yonaida Selam -cada vez más en su nuevo papel acusadamente histriónico- y el PSOE local -en el suyo de que el PP tiene la culpa de todo, por acción u omisión, por lo que sea, y bajo la premisa de que cualquier enemigo del PP es su amigo, sea quien sea el enemigo- se han apresurado, de nuevo, a pedir el cese de Calzado. Coincido con John Locke en que la tolerancia religiosa, por mucho tiempo que se tardara en llevarla a la práctica, es uno de los mayores logros del mundo occidental. También coincido con él en que "las creencias religiosas son cuestiones de opinión, opiniones a las que todos tenemos el mismo derecho, más que pozos de verdad y sabiduría". Sobre el islam, como sobre el cristianismo, se puede opinar. Decir que la masacre de Barcelona fue "terror islámico" es tan verdad como decir que la inmensa mayoría de los musulmanes son pacíficos. Calzado y el autor del twit han ejercido su derecho a opinar. "El vínculo entre violencia e islam es demasiado obvio como para pasarlo por alto", dice Ayaan Hirsi Ali en su último libro, Reformemos el islam, y añade "si cerramos los ojos ante la violencia islamista, también haremos oídos sordos a la raíz del problema". Eso no es "islamofobia", como no es "cristianofobia" que Yonaida y el PSOE local, pidan, otra vez y por opinar indirectamente, el cese de Calzado (quien, por cierto y como yo esperaba, se ha apresurado a pedir perdón públicamente; ¿se ha equivocado ahora?; muy probablemente).

Nuestro periódico publicó el martes un artículo de Mimon Mehamed en el que se preguntaba "qué tiene de malo ser musulmán". La respuesta es muy sencilla: nada. Los que asesinan bajo el grito de Alá es grande, son asesinos, es bien cierto, pero también son musulmanes, por desgracia para casi todos los seres humanos, la inmensa mayoría de los musulmanes incluidos, y los que intentan justificar ese tipo de atrocidades (buenistas, yihadistas, imanes radicalizados, medinistas o lo que sean) excluidos.

En el libro de Ayaan Hirsi que antes cité se mencionaba una misiva vía You Tube que un joven marroquí le envió al por entonces presidente norteamericano Barak Obama, recriminándole que hubiera afirmado que el Estado Islámico "no era islámico" y pidiéndole "deje de ser políticamente correcto: llame a cada cosa por su nombre. EI, Al Qaeda, Boko Haram, los talibanes, todos han sido creados dentro del islam y a menos que el mundo musulmán se enfrente al islam y separe la religión del Estado, nunca conseguiremos poner fin a este ciclo". Ahí, en la necesaria separación de religión y política, en dar al César lo que es del Cesar y a Dios lo que es de Dios, está la clave de la solución del problema, vía la reforma del islam, sobre la que, afortunadamente, cada vez hay más indicios y pruebas de que es algo posible.

Corolario. Estoy más que harto de injusticias

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