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Carta del Editor

Los sediciosos, a la cárcel y nada es permanente, excepto el cambio

Termino esta Carta en Barcelona, adonde he venido por una celebración familiar (de un melillense) en una ciudad y en un momento muy complicado para España y especialmente para Cataluña. El hartazgo con la situación es palpable en la capital catalana. Muchos barceloneses piensan/sueñan con irse de aquí y la sensación predominante es la de que sólo con medidas judiciales no habrá solución para un problema que se ha venido gestando desde hace ya muchos años, desde que, por conveniencias partidistas, se dejó a Jordi Pujol y compañía hacer lo que hicieron con la Educación en Cataluña, mientras se retiraba u olvidaba a los que defendían desde dentro una Cataluña española. A primeros de enero del año pasado (hace más de año y medio) el diario La Razón hizo a sus lectores la siguiente pregunta: ¿Debe el Estado hacer uso de todos sus recursos frente al desafío soberanista catalán? El 93% dijo que sí. Si el Gobierno hubiera atendido a ese deseo, ¿estaríamos ahora en la situación en la que estamos en Cataluña pocos días antes del 1 de octubre? Es casi seguro que no. Y si ahora el Gobierno está esperando, aunque hace bien intentándolo, que líderes políticos como Pedro Sánchez y Albert Rivera (de Pablo Iglesias no se puede esperar nada bueno) les ayude de verdad a resolver el asunto, todo indica que no va a ser así, tras comprobar que ya se manifiestan en contra de aplicar el constitucional artículo 155 -algo que cada vez parece más imprescindible- para terminar con el desafío secesionista e ilegal. Buscar el consenso ha sido una vez más un error, una forma de intentar permanecer en la inacción en vez de conseguir resolver -como es obligación de todo gobierno nacional o local- un problema muy grave. Menos mal que, por fin, el Gobierno, con Rajoy a la cabeza, ha reaccionado. Más vale tarde que nunca.

Albert Boadella, en su muy interesante libro Adiós Cataluña. Crónica de amor y de guerra, escribe que en nuestro país, y muy especialmente en Cataluña, hay una mayoría de "vasallos vocacionales" y que "la cobardía personal de la gente adquiere popularmente reputación de sensatez". Boadella se tuvo que ir de Cataluña para sentirse libre. "La tribu me había liquidado civilmente… Al aborigen (catalán) le cuesta aceptar que alguien sensato no se sienta orgulloso de haber nacido en la bellísima, culta y rica Cataluña…Hace dos mil cuatrocientos años mi colega Aristófanes ya decía que la patria es solo el lugar donde uno se encuentra a gusto. De acuerdo con esto, tengo claro que no volveré a trabajar más en Cataluña".

Fernando Aramburu, en su libro Patria, que lidera la lista de los libros más vendidos en España desde hace ya muchísimas semanas, hace un gran relato de cómo ha sido la vida -y en parte sigue siendo, con ETA disuelta pero en las instituciones del País Vasco, especialmente en Guipúzcoa- en esa zona de España, especialmente la vida de las familias de las víctimas y la de los no seguidores de una de las personas más torpes y nefastas de la larga historia de España, Sabino Arana y su supuesta supremacía de una raza sobre las demás. Muchos vascos tuvieron que emigrar de su tierra, como Boadella de la suya, como muchos catalanes han empezado a hacer y harán muchos más si continúa la locura secesionista sin ser frenada por los que tenían la obligación de luchar decididamente contra ella -en las aulas, en los medios de comunicación, en los juzgados, en los ayuntamientos, en las calles- y no lo han hecho con la diligencia e intensidad debidas, ofuscados o partidistamente interesados en la búsqueda de un consenso imposible.

Porque debe quedar claro que si se rompe con la Constitución, o esta se cambia para satisfacer intereses partidistas políticos, y Cataluña se separa de España -algo que, tal y como van las cosas, muchos españoles dicen desear- lo que ocurrirá es que España, como nación, desaparecerá, porque el País Vasco no querrá ser menos, ni Baleares -que no se sabe si querrá integrarse con Cataluña o no-, ni Valencia, ni Navarra, ni Galicia, y así un largo etcétera que no tendrá final ni con el cantonalismo más extremo, porque aseguro que yo, que vivo en el número 29 de una calle de Melilla, no querré estar en la misma comunidad (o país) de el del número 32 (por decir algo) con el que no me llevo bien, y también querré ser (presuntamente) independiente, rico y feliz, como los demás, como todos los catalanes que hablen catalán y odien a España van a ser con Puigdemont y compañía. Los sediciosos, a la cárcel, parece hoy ya la única solución.

Tampoco quiero que Melilla deje de ser española. Coincido en eso con muchos melillenses, la inmensa mayoría, de todas las etnias. Pero para que Melilla siga siendo española debe dejar de ser una carga económica para España y para Europa. No digo que no deba seguir recibiendo dinero de ambas, España y Europa (al fin y al cabo, pagamos impuestos). Lo que digo es que tiene que cambiar económicamente y que puede hacerlo. ¿Cómo?, me pregunta un buen amigo que a veces, aunque se le pasa, parece que empieza a dejar de serlo cuando no se le da la razón en todo. Pues, por ejemplo, poniendo a la Administración a trabajar en serio para ayudar, en vez de dificultar, para que las 11 propuestas de acciones a corto plazo que SODEMEL propone y que este periódico ha vuelto a publicar y comentar hoy, se lleven a cabo y así la economía melillense y la de su entorno marroquí empiece a cambiar y mejorar, algo que es imprescindible para el buen futuro de nuestra ciudad.

Va a ser, por cierto, una ayuda más que interesante lo que diga ese enorme e influyente economista y liberal que es Daniel Lacalle, quien el día 19 dará aquí una conferencia, organizada por Onda Cero Melilla, sobre la economía melillense. "Hay que apoyar los nuevos proyectos empresariales, con la clara intención de que tengan éxito". "No se puede innovar y crear valor añadido desde un Consejo de Ministros; lo hacen las empresas". "Nuestra administración pública está hipertrofiada, es altamente ineficiente y cara". Son tres de los muchos y valiosos análisis que hace Daniel en uno de sus numerosos libros, La pizarra de Daniel Lacalle, en este caso. Su conferencia va a ser un lujo para nuestra ciudad y el recuerdo de lo que decía Heráclito, "nada es permanente excepto el cambio", seguro que estará en el fondo de lo que exponga.

Posdata. Termino esta Carta en Barcelona, adonde he venido por una celebración familiar (de un melillense) en una ciudad y en un momento muy complicado para España y especialmente para Cataluña. El hartazgo con la situación es palpable en la capital catalana. Muchos barceloneses piensan/sueñan con irse de aquí y la sensación predominante es la de que sólo con medidas judiciales no habrá solución para un problema que se ha venido gestando desde hace ya muchos años, desde que, por conveniencias partidistas, se dejó a Jordi Pujol y compañía hacer lo que hicieron con la Educación en Cataluña, mientras se retiraba u olvidaba a los que defendían desde dentro una Cataluña española.

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