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No es más limpio el que más limpia…

De nada sirve el enorme esfuerzo que los melillenses hacemos para pagar el contrato de mayor cuantía que desempeña la Ciudad Autónoma si luego no tenemos cuidado en mantener limpias nuestras calles La limpieza de la ciudad suele ser un tema de crítica recurrente y casi permanente. Y aunque a todos nos gustaría que el entorno en el que nos movemos esté cada vez más reluciente, la realidad es que ese anhelo no se suele cumplir pero no por falta de esfuerzos para intentarlo, sino por la falta de colaboración por parte de los incívicos de siempre.
Tener la ciudad limpia nos cuesta a cada uno de los melillenses unos 140 euros al año. Una parte la pagamos directamente mediante la correspondiente tasa de basuras que la Ciudad Autónoma cobra a los contribuyentes, aunque se podría decir que de manera simbólica porque casi toda esa cuantía es abonada por la Administración local a través de las arcas públicas, nutridas fundamentalmente de los bolsillos de los contribuyentes. Si hacemos una sencilla multiplicación de este coste per cápita por los más de 85.000 habitantes que tiene Melilla, el resultado es el astronómico precio que supone mantener este servicio público, casi 12 millones de euros.
Estamos hablando del contrato de mayor cuantía que desempeña la Ciudad Autónoma, el más importante de los cientos que adjudica. Es mucho dinero para el resultado que se obtiene, pero no porque la empresa adjudicataria y sus trabajadores no estén haciendo bien su cometido, sino porque claramente falla la otra parte necesaria para que la balanza esté equilibrada, que es la colaboración de los ciudadanos. De nada sirve el enorme esfuerzo que los melillenses hacemos para pagar el contrato de mayor cuantía que desempeña la Ciudad Autónoma si luego no tenemos cuidado en mantener limpias nuestras calles. Es difícil no estar de acuerdo con este planteamiento, salvo aquellos que errónea e incivilizadamente piensan que si no ensucian, no le están dando trabajo a los barrenderos. Es lamentable comprobar que este argumento está muy extendido en Melilla cuando se llama la atención a alguien que en vez de usar papeleras, tira los residuos al suelo o no recoge las basuras que deja en la vía pública.
La Ciudad Autónoma y la población en general debemos atacar cuanto antes esa falta de educación y respeto que impiden el lucimiento de esos 11,9 millones de euros que gastamos al año en limpieza. No se trata de que cada melillense coja una escoba, sino de tener conciencia cívica y respeto hacia los demás no ensuciando el espacio que es de todos. «No es más limpio el que más limpia, sino el que menos ensucia», reza un dicho popular que llama a la concienciación y que en este asunto del contrato público de la limpieza cobra mayor valor.

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