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Carta del Editor

Cataluña, crónica de amor y de guerra, y elecciones

A favor de la celebración de elecciones está el demostrado despertar de la "mayoría silenciosa", con la manifestación de Barcelona del domingo pasado o el entusiasmo generalizado y plagado de banderas españolas en el Día de la Hispanidad, como muestras recientes más visibles
Mientras escribo esta Carta oigo al catalán Serrat cantar, en español, "Mediterráneo", el Mare Nostrum romano. Mientras escribo se sigue sin saber qué va a pasar en Cataluña y en España. Vuelvo, a la búsqueda de algún indicio, de alguna explicación pretérita que pueda hacer entender el presente, a Albert Boadella y a su libro Adiós Cataluña. Crónica de amor y de guerra.

Escribe Boadella sobre su obra/grito Ubú, cuyo "objetivo esencial era contrarrestar la campaña que el mariscal Pujol y sus huestes nacionalistas habían iniciado para incautarse, física, mental y patrimonialmente, del territorio catalán". Vuelto de su exilio, Boadella comprobó que Cataluña había cambiado mucho, que "la irrupción del mariscal Pujol como Reichführer de la Generalitat había provocado la ascensión al poder de una nueva clase emergente, mezcla de arribistas apuntados a última hora -bastantes franquista reconvertidos- junto a los ahijados de Lenin y Mao, debidamente camuflados como demócratas de toda la vida y utilizados por el astuto Mariscal para desactivar la izquierda a base de instalarlos en ventajosos destinos bien dotados de presupuesto". Pujol, hoy un ladrón apestado, ha sido el instigador que más ha influido a la catastrófica y ruinosa situación actual en la que se encuentra, en primer lugar, la propia Cataluña.

Una situación de la que saldremos, supongo y espero, pero no fácilmente ni a corto plazo, tras tantos años de inacción, de falta de Estado en Cataluña y de incapacidad política para construir un mensaje que pudiera ilusionar a los españoles, en vez de tener que estar esperando algo tan ridículo como la respuesta de Puigdemont acerca de si dijo sí o no a la independencia anticonstitucional.

La aplicación en Cataluña del ya famoso, por manoseado, artículo 155 de la Constitución parece ya inevitable e inminente a la hora en la que escribo esta Carta. Era algo que la inmensa mayoría de los españoles veían como necesaria e inevitable desde hace mucho tiempo. Era, es, una medida necesaria, pero no debe ser más que el inicio de las mediadas necesarias para solucionar el problema de las autonomías en España, la imposibilidad económica -y por lo tanto política y social- de mantener una deuda pública insoportable, derivada de un gasto público incontrolable y de unas dejaciones en Educación que han llevado, especialmente en Cataluña, a situaciones delirantes y gravísimas como la que ahora estamos padeciendo.

Pequeños gestos, o no tan pequeños como pueden parecer, son necesarios para consolidar el Estado Español. Por ejemplo, atender lo que pedía el jueves en este periódico nuestro habitual colaborador Nezar S. Fernández para resolver "la necesidad de una letra para nuestro himno nacional". Es patético, y hasta bastante ridículo en ocasiones, ver cómo en un espectáculo cualquiera, deportivo o no, los participantes de un país cantan su himno, mientras los españoles permanecen mudos, porque somos -creo- el único pueblo del mundo cuyo himno carece de letra, porque todos los gobiernos que nos hemos dado en los largos 40 años de Democracia y Constitución, en los que todavía estamos a pesar de lo que está pasando en y con Cataluña, han sido incapaces siquiera de proponer una letra para nuestro himno, consensuada o no. Dice Nezar que España no es historia, es esencia. Yo creo que España sí es historia, una larga historia, y también esencia, una fundamental esencia en la que apoyar la solidaridad y aprovechar la diversidad. Un himno cuya letra se apoye en la esencia de España, como dice Nezar, sí debería ser posible y, en cualquier caso, es necesario.
"La crisis económica que estalló el 15 de septiembre de 2008, el día en el que quebró Lehman Brothers, marcó la fecha inicial para una profunda transformación en el mundo occidental…En el caso de España la negativa política a asumir la certeza de la crisis durante el gobierno de Zapatero (2008-2011) y la renuencia del ejecutivo de Rajoy 2011-2015 (con mayoría absoluta) han generado el caldo de cultivo para la conformación de una crisis político-institucional de fenomenales dimensiones" (José Antonio Zarzalejos, en su libro Mañana será tarde). De una crisis económica se pasó, como es inevitable, a una crisis de Estado. Pero ahora, solucionada en parte -no totalmente- la crisis económica, es hora de atender la crisis de Estado y eso en democracia se tiene que hacer celebrando nuevas elecciones, como pide Ciudadanos, tanto en Cataluña como en toda España. Unas elecciones tras haber garantizado -con todos los muchos medios que el Estado tiene- que se van a poder celebrar en libertad política y de los medios de comunicación, no con medios de comunicación manipulados por el poder público, como la tv3 catalana, por ejemplo.

A favor de la celebración de elecciones está el demostrado despertar de la "mayoría silenciosa", con la manifestación de Barcelona del domingo pasado o el entusiasmo generalizado y plagado de banderas españolas en el Día de la Hispanidad como muestras más visibles y cuya importancia han conseguido resaltar aún más las críticas de los independentistas y antisistemas catalanes o las del gorila Maduro. Podemos hablar, esperanzados, de un cambio de ciclo, que debería tener la adecuada respuesta política de cambio, elecciones incluidas.

En lo que a nuestra ciudad se refiere, la moraleja es que del hecho de que una crisis económica causa una crisis política (y social) es Melilla un claro ejemplo. Para salir de esta evidente crisis política y social en la que nos hallamos es imprescindible solucionar la crisis económica local y, puesto que esta es muy profunda, el cambio también ha de serlo, además de rápido, porque si no, como titulaba Zarzalejos en su libro, mañana será tarde. El cambio incluye poner a la administración pública local a funcionar mejor, externalizando servicios, eliminando trabas innecesarias, ayudando a mejorar, así, la angustiosa situación de la economía melillense (con el apoyo de SODEMEL, claro).

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