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In memoriam

Enrique Beamud: Un hombre que se hacía querer

Con la presencia del Embajador de España en Marruecos y del Cónsul general de España en Tánger, el Instituto Cervantes rindió ayer en esta ciudad marroquí homenaje a Enrique Beamud, quien fuera delegado del Gobierno en Melilla (1996-2000), fallecido el pasado mes de mayo.

Cuando en la primavera de 2014 supe que el nuevo director del Instituto Cervantes en Tánger había sido delegado del Gobierno en Melilla, lo primero que me rondó la cabeza fue la preocupación de cómo le iban a recibir en Marruecos. Esa preocupación se desvaneció en seguida, en concreto el 30 de julio cuando coincidimos en la recepción que con motivo de la Fiesta del Trono, ofrecía el Embajador de Marruecos en Madrid. Todo el mundo le conocía, todo el mundo le saludaba efusivamente; él mismo me presentó al Embajador y a nos pocas personalidades marroquíes.

Una vez los dos en Marruecos, él en Tánger y yo en Rabat, pude constatar esa alta consideración de la que gozaba en las más altas esferas marroquíes. Su agenda marroquí no quedaba a la zaga de la de un embajador. Enrique puso sus talentos -y su agenda marroquí- al servicio de la institución que difunde nuestra lengua y nuestra cultura en el mundo, con la mayor lealtad y generosidad, rasgos éstos característicos de su personalidad.

En apenas dos años se ganó el respeto y el cariño del equipo que dirigía en Tánger, y el de todos los que tuvieron la oportunidad de tratarle en otros centros del Instituto en Marruecos. Durante los primeros meses de su misión, hasta septiembre de 2015, fue responsable también el centro del Instituto Cervantes en Tetuán, por entonces sin director residente, y de las extensiones de este centro en las ciudades de Alhucemas, Chauen y Larache. Movido por su alto sentido de la responsabilidad, y por su entusiasmo, viajó infatigable durante esos meses por los territorios del norte de Marruecos, ligados a España por lazos históricos, culturales y lingüísticos, que se han ido debilitando en las últimas décadas.

Su gestión al frente del Instituto Cervantes en Tánger, referente destacado de la vida cultural de esa ciudad, fue impecable; durante su mandato el centro experimentó un importante incremento en el número de alumnos de español, uno de los mayores de toda la red. En mi calidad de Coordinador de la red de centros del Instituto Cervantes en Marruecos, le estoy muy agradecido por su lealtad y apoyo en una misión, la de coordinación, que no siempre es sencilla. Pero lo que todavía le agradezco más, si cabe, a Enrique -dondequiera que nos esté siguiendo- es su amistad, breve en el tiempo, pero profunda en el sentir.

Enrique era de esas personas que, no mucho después de conocerlas y tratarlas, se instalan en nuestras cotidianeidad como "amigos de toda la vida". Y es que Enrique era un hombre que se hacía querer; en su sencillez y afabilidad dispensaba el mismo trato amable tanto a un alto dignatario del gobierno como a un vendedor de puesto de mercado. No pocas cosas teníamos en común: los dos habíamos ejercido durante muchos años, antes de entrar en el Cervantes, una profesión liberal; los dos procedíamos del madrileño barrio de Salamanca; los dos habíamos vivido en Argelia: él en Tremecén y yo en Orán; a los dos nos encantaba Melilla, y los dos éramos incondicionales seguidores del Real Madrid.

Además del contacto telefónico continuado, y del propiciado por las periódicas reuniones de coordinación en Rabat, tuve la suerte de compartir con Enrique no pocos -aunque ahora sí que me parecen pocos- fines de semana en Tánger, gracias a su hospitalidad.

Rabat tiene fama de ciudad aburrida, aunque no lo sea tanto como se dice; los fines de semana el centro de la misma, en el que abundan edificios administrativos, pareciera más el de una ciudad del norte de Europa que el de una ciudad marroquí. Por el contrario las calles de Tánger, incluso en pleno invierno y por la noche, son un hervidero de vida. Así es que muchos fines de semana, huyendo del blues que en muchos casos nos acecha a los solitarios, cuando Enrique no iba a Madrid a ver a María José, su mujer, o ésta no venía a Tánger, yo me desplazaba raudo, autopista arriba, para cubrir los casi 250 kilómetros que separaban mi casa en Rabat de la suya en Tánger.

Sin duda esos fines de semana, de paseos por la medina, o por la playa del Bosque de los diplomáticos, o esas cenas, solos o con amigos tangerinos, permanecerán siempre entre los mejores recuerdos de mi estancia -como todas las nuestras con fecha de caducidad- en Marruecos. Y la verdad es que no acabo de hacerme a la idea de que no voy a cenar con Enrique este próximo fin de semana en el jardín del Hotel Chellah, o en el último restaurante abierto por un español en la ciudad del Estrecho.

Querido Enrique: dejaste muchos y buenos recuerdos en quienes te conocimos y te quisimos. Mientras sigamos aquí, aunque te hayas ido, seguirás estando con nosotros.

Tánger, 16 de octubre de 2017

PIES DE FOTO:
Enrique Beamud, fallecido el pasado mes de mayo, en una imagen paseando por una playa de Tánger

El que fuera delegado del Gobierno en Melilla con dos destacadas figuras del mundo del cine en Marruecos

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