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Carta del Editor

La tragedia de España puede terminar, pero todavía no ha terminado

Hace 20 años el libro de José Manuel Otero Novas «Defensa de la nación española» concluía que España había pasado de ser un «Estado Unitario» a uno «Federal, descentralizado» y, tras violentar la interpretación de las normas constitucionales, a uno «Confederal, o Unión de Estados», porque «el PSOE rompió, en 1980, la convivencia pacífica entre la concepción de la unidad española romano-uniformista y la histórica-diversificadora, al reclamar para Andalucía la vía rápida del artículo 151. Releyendo las notas en las que he ido resumiendo los libros que he leído me encuentro con las que escribí, en diciembre de 1998, sobre el libro de José Manuel Otero Novas «Defensa de la nación española». Criticaba «la contribución europea a una nefasta cultura española del subsidio, que degrada a los individuos y envilece a los pueblos» y concluía que España había pasado de ser un «Estado Unitario» a uno «Federal, descentralizado» y, tras violentar la interpretación de las normas constitucionales, a uno «Confederal, o Unión de Estados», porque «el PSOE rompió, en 1980, la convivencia pacífica entre la concepción de la unidad española romano-uniformista y la histórica-diversificadora, al reclamar para Andalucía la vía rápida del artículo 151 de la Constitución, diseñada para las regiones históricas, iniciando así un camino en el que la única diferencia posible de las regiones históricas con el resto de España sería la independencia». La única diferencia entre lo que decía Otero Novas en 1998 y ahora, casi veinte años después, es que del «sería» se ha pasado al «es», consecuencia lógica de un continuado traspaso de poderes del Gobierno de España a los Gobiernos Autonómicos, cuya consecuencia no ha sido «una mayor libertad de los ciudadanos» sino «una mayor burocracia» y más separatismo independentista. Aniquilar el golpe totalitario del independentismo es ahora el más grave y urgente de los problemas de España.
«España vive una tragedia», decía el editorial del lunes del periódico francés Le Monde. Es una tragedia que se ha ido fraguando, a base de cesiones y cortoplacismos políticos, a lo largo de los últimos 39 años. Es una tragedia anunciada, entre otros muchos, por Otero Novas hace más de 20 años. Era una tragedia evitable sin grandes daños. Ahora espero que se termine evitando, quiero ser optimista, a pesar de que, como decía un economista americano, un pesimista siempre parece que quiere ayudarte, mientras que un optimista parece que pretende venderte algo. No quiero -aunque es una aspiración muy noble y un profesión muy loable- vender nada que no sea una idea fundamentada, pero creo que España tiene (como Melilla también) recursos y personas suficientes como para terminar evitando la tragedia, antaño pronosticada y ahora evidente.

Leo una entrevista, fantástica, de Cayetana Alvarez de Toledo a Steven Pinker, publicada el lunes en El Mundo. Dice uno de los grandes pensadores de nuestro tiempo: «Me opongo al tipo de nacionalismo que cree que el Estado es un avatar de un alma étnica, religiosa, lingüística o racial, y que un grupo étnico sólo puede prosperar si tiene su propio Estado-nación. El mundo tiene más de 5.000 grupos étnicos o culturales, y no todos pueden tener estados. Un Estado debe basarse en un contrato social entre personas que ocupan un territorio, no en una identidad étnica».

Lo que ha venido ocurriendo en nuestro país durante los últimos tiempos, en lo que a Cataluña se refiere, es ridículo, por no decir asqueroso. Que un mequetrefe como Puigdemont haya tenido a todos los medios de comunicación, a gran parte del país, pendientes mañana, tarde y noche de sus idioteces, es inaguantable y denigrante. Que no se hayan aplicado ni el artículo 155 de la Constitución hace mucho tiempo, ni la legislación vigente hace años, es incomprensible. Que el Gobierno, el Senado, el Congreso -empiezo a escribir esto el jueves por la tarde- sigan dilatando cualquier decisión hasta que el mequetrefe trilero diga algo es inaudito e impropio de cualquier Ejecutivo, es de risa, si no fuera tan triste.

A las 17 horas del jueves apareció el mequetrefe y volvió a sus cantinfladas. Se entrevé que no va a convocar elecciones, tras haber anunciado, vía terceros, que sí, que no y que todo lo contrario. Mientras, unos señores muy sonrientes -no sé qué les producía tanta sonrisa- estaban en el Senado pendientes, aunque parezca inaudito, de lo que el cantinflas iba a decir. A continuación, en el Senado -con Imbroda de vicepresidente de la sesión- Soraya Sáenz de Santamaría, esta vez bien; el representante socialista mal, como es habitual, defendiendo la «reversabilidad» o «levedad» de la aplicación del 155. Y así, tras un largo y tedioso etcétera, el jueves los presuntos «héroes» de la sedición pasaron a ser generalmente considerados como los líderes de la estupidez y de la insensatez.

El viernes Rajoy se defendió -eso lo hace muy bien- en el Senado, como si fuera necesario justificarse por aplicar tímidamente la ley e intentar que España no termine destrozada por unos golpistas cobardes que cualquier país democrático serio habría encarcelado hace años. Poco después, otro espectáculo trilero en el Parlamento catalán, interpretado por la legión de comentaristas como que «hasta el rabo todo es toro», o sea, que todo podía pasar. El PSOE vuelve a cambiar de decisión, como es costumbre en quien no tiene opinión. Pero, tras otro bochornoso espectáculo en el Parlamento catalán, sucedió lo previsto, se consumó la rebelión: declaración de independencia, con otra cobardía acumulada, la imposición, por la CUP, del voto secreto para intentar burlar, una vez más, al sistema político, judicial y económico (que quieren destruir). Lógica y casi simultáneamente el Senado aprobaba -por fin- la aplicación del artículo 155, la fiscalía anunciaba querellas criminales por sedición y horas más tarde el Gobierno tomaba las medidas ya de todos conocidas, por casi todos reclamadas, por España tan necesitadas. Además, Rajoy anunció, fiel a su política de intentar no incurrir en riesgo alguno, elecciones en Cataluña para el 21 de diciembre, muy pronto, demasiado pronto, me parece.

El sábado, ayer, el BOE oficializó las medidas adoptadas bajo el mandato imperativo del 155, que durará sólo 55 días. España, efectivamente y vía su Gobierno, ha descabezado el golpe, tarde, pero descabezado al fin. Ahora Rajoy ha sustituido en Cataluña al mequetrefe patético llamado Puigdemont, Santamaría a Junqueras y los diferentes ministros al resto de consellers. Cesado, sin el tradicional y formal agradecimiento oficial y entre otros, el malvado y falaz Trapero, junto con sus jefes. Disuelto el Parlament, que será revivido antes de dos meses, tras unas elecciones harto peligrosas. Ojalá consiga entonces Arrimadas su propósito («saldremos a ganar») porque como, tras las demasiado próximas elecciones catalanas, casi todo dependa del Partido Socialista (de Cataluña y de Madrid) la situación, como la historia demuestra, correrá el riesgo de retornar a lo que, con tanto sufrimiento, se acaba de intentar terminar.
«Restaurar el orden legal e institucional en Cataluña», objetivo lema de Rajoy, va a requerir, mucho me temo, el uso de la fuerza. España, y el resto del mundo, ha dado un enorme suspiro de alivio con la aplicación del artículo 155 de nuestra Constitución, pero la raíz del problema no se ha arreglado y su arreglo no será fácil, ni rápido, ni pacífico. Es la hora de las decisiones, de que el Gobierno gobierne (tal es su obligación, para eso están, por eso cobran) y de que surja una nueva izquierda no alineada con los golpistas. «España vive una tragedia», decía Le Monde. Se ha dado un paso imprescindible para evitarla, pero la tragedia todavía no ha terminado.

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Enrique Bohórquez López-Dóriga

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