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Recuerdos y reflexiones

En esta edición se ha notado un considerable incremento en la afluencia de visitantes en relación con años anteriores, lo que reafirma la continuidad de la costumbre de visitar el cementerio que de repetirla con más frecuencia a lo largo del año contribuiría a suavizar el miedo que suele provocar el fallecimiento de nuestros seres queridos y, por supuesto, el nuestro En la mente de todos están las distintas visiones en torno a la muerte que emanan de cada cultura y zona geográfica. El fallecimiento no deja de ser un hecho cotidiano, implícito a la vida y posiblemente la única certeza que tiene el ser humano. Pero la idea de la muerte queda relegada, apartada e incluso es evitada por la mayoría de las personas que consideran un tabú el solo hecho de mencionarla. Además, en muchos casos provoca que su presencia nos llene de miedo y dolor al no saber cómo tratarla, ni estar preparados para asumirla con naturalidad. Tanto si consideramos el morir como el punto final o como el tránsito hacia otro tipo de vida, la muerte despierta sentimientos de posibles sufrimientos, desamparo y, en definitiva, de soledad.

Y son precisamente las festividades de Todos los Santos y la de los Fieles Difuntos las que ofrecen la oportunidad de hacer llegar y mostrar nuestro cariño a familiares y amigos y, de esta forma, acercarnos y desdramatizar, en cierta manera, a la muerte. La primera, es una fiesta religiosa y mucho más. En España y en otros muchos lugares del mundo se celebra la tradición de honrar y traer a nuestra memoria a las personas que han muerto. Los cementerios se llenan de flores. Las familias recuerdan aquellas personas queridas que no están, que se fueron o que nos dejaron. Se trata de una jornada especial dentro del calendario de otoño. Una tradición católica instituida en honor a todos los santos, conocidos y desconocidos, según el Papa Urbano IV, para compensar cualquier falta a las fiestas de los santos durante el año por parte de los fieles.

La Iglesia primitiva acostumbraba a celebrar el aniversario de la muerte de un mártir en el lugar del martirio. Frecuentemente los grupos de mártires morían el mismo día, lo cual condujo naturalmente a una celebración común. En la persecución de Diocleciano el número de mártires llegó a ser tan grande, que no se podía separar un día para asignársela. Sin embargo, la Iglesia, creyendo que cada mártir debía ser venerado, señaló un día en común para todos. La primera muestra de ello se remonta a Antioquía en el Domingo antes de Pentecostés. Ya en el siglo VIII, Gregorio III consagró una capilla en la Basílica de San Pedro a todos los santos y fijó el aniversario para el 1 de noviembre. Gregorio IV extendió la celebración del 1 de noviembre a toda la Iglesia, a mediados del siglo IX.

En los tiempos actuales es una costumbre seguida por miles de melillenses que, a pesar del lógico y habitual encarecimiento de las flores debido a la fuerte demanda, ya en la jornada del martes comenzaron a dirigir sus pasos al camposanto local que ofrecía un aspecto limpio y embellecido con bonitas flores sembradas por los jardineros para la ocasión. Este año las novedades se han centrado en la instalación de una nueva fuente y repasos de pintura, porque los cambios de envergadura se iniciarán el próximo lunes con los trabajos encaminados a reparar los daños causados por el terremoto de enero de 2016 para los que Medio Ambiente ha destinado una partida de 418.000 euros.

En esta edición se ha notado un considerable incremento en la afluencia de visitantes en relación con celebraciones anteriores, lo que reafirma la continuidad de la costumbre de visitar el cementerio, que de repetirla con más frecuencia a lo largo del año contribuiría a suavizar el miedo que suele provocar el fallecimiento de nuestros seres queridos y, por supuesto, el nuestro.

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